Este es un tributo a mi gata. Bueno, y a todos los gatos. Bueno, y a todos los perros... y a casi cualquier animal (casi, repito).
Mi gata me mira siempre con ojos sinceros, con esos grandes e intensos ojos azules, que nunca mienten. Pena, miedo, sueño, cariño e incluso un poco de dejadez. Pero, a fin de cuentas, mi gata nunca, nunca me engaña. Siempre va directa al grano, siempre me mira para decirme lo que quiere y lo que no. Es sincera como nadie, y me expresa exactamente lo que siente en cada momento. Hey, tengo hambre; hey, quiero jugar, hey, quiero cariño. ¿Y acaso sus exigencias me agobian en algún momento, acaso esos grandísimos ojos alguna vez me han decepcionado? Jamás. En los tres años que lleva en esta casa, sus ronroneos, sus maullidos y su profunda mirada no me han prometido nada que no hayan cumplido. Se trata de algo así como un acuerdo tácito, de una promesa que nadie formuló, pero que las dos cumplimos, sin importar cuánto tiempo pase.
Justo ahora, me mira y se sube al escritorio, husmeando lo que escribo. ¿Nada de secretos, recuerdas? Sí, tienes razón; y como tiene razón, tengo que dejarla cotillear. Pero no está realmente interesada en lo que tecleo o dejo de teclear, incluso aunque se trate de ella; ya os dije que es franca como nadie. Solo quiere estar ahí, a mi lado, sin pretender nada más. Y marcharse cuando quiera, claro está.
Y me basta con esto. No es como los otros, o más bien como las otras. Sí, como esas, las personas. Esas que siempre vienen buscando algo, que exigen y quieren que las escuches, pero sin dar nada a cambio. Esas que según el tiempo vienen y se van, y que muchas veces acaban decepcionándote.
No, aquí no existen las complicaciones ni las decepciones, aquí cada quien es uno mismo, y da lo mejor de sí. No valen las excusas, ni las mentiras, ni mucho menos el egoísmo. Soy tu gato, tu perro o tu iguana, y espero de ti lo que tú esperas de mí, así que hey, no me trates como a una de esas personas.
Mi gata vuelve a mirarme con franqueza, pero sé que no espera nada de mí, ni yo tampoco. Tan solo escribo mientras ella se acurruca en mi cama, ella sabiendo que estoy ahí, y yo sabiendo que está ahí. Pero, mientras ella espera pacíficamente nada en concreto, yo sigo pensando en lo mucho que tenemos que aprender las personas de los animales.