Hoy por fin he cumplido con un objetivo
que hacía tiempo se había convertido en una incipiente obsesión. Después de
casi dos años de adquirir aquel tocho de mil y pico
páginas en una librería de segunda mano, hoy puedo decir casi orgullosa que
finalmente lo he logrado: me he leído, desde la primera a la última palabra, el
clásico entre los clásicos; y admito, desde ahora, que éste se ha convertido en
uno de esos libros que te marcan para la posteridad.
Señoras
y señores, la primera afirmación tajante que hago es la siguiente: cuando un
libro se convierte en un clásico inmortal y poderoso, es por algo. Y Lo que el viento se llevó, ese novelón publicado por Margaret
Mitchell allá por el 1936, pertenece a este grupo no por algo, sino por todo.
Aunque
se trate de una crónica social e histórica muy bien construida y ambientada, no
cabe duda de que esta novela es sobre todo una historia sobre la vida, sobre lo
humano, sobre las pasiones. Y no, no, NO, no se trata de una novela romántica. No sé
por qué, pero muchas veces ocurre que dentro de esa categoría se incluyen
libros que, a pesar de que traten en cierta forma el amor, no lo utilizan, ni
de lejos, como tema principal.