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enero 28, 2017

El burka como excusa

Hace unos días terminé de leer El burka como excusa, de Wassyla Tamzali, mujer argelina militante del feminismo y el laicismo, dirigente de programas de igualdad de género en la UNESCO durante 20 años. Y todavía siento el profundo impacto de sus palabras.

Su historia es complicada, teniendo en cuenta su pasado y procedencia. En muchos de sus libros y artículos nos muestra la realidad histórica y social de los países árabes y musulmanes en los que se ha producido una revolución social y en los que actualmente priman los regímenes totalitarios, encargándose de denunciar asimismo nuestra mirada sesgada (la de los europeos) entre "nosotros" y "ellos" a la hora de aplicar leyes y políticas.

Lo que me gusta de Tamzali es que llama las cosas por su nombre, dando a cada uno de sus argumentos una contundencia cargada de razón y veracidad que es imposible negar.



Aunque El burka como excusa fue publicado en 2010, no ha perdido su vigencia. De aquellas, el debate en Francia y España sobre la regulación del velo integral hizo correr ríos de tinta, pero, en mi opinión, nadie supo ofrecer un análisis crítico como el de Tamzali. 

Así, esta pieza (considerada por la autora como "una cárcel de tela") se ha convertido en el instrumento de un juego político de toma y dame cuyo verdadero objetivo es conseguir votos, contradecir al oponente y cuyo último interés son los derechos de las mujeres. De este modo, se crea un complejo entramado de contradicciones, en las que el burka se transforma para los partidos de derecha y ultraderecha en una excusa para la xenofobia y el racismo, y para los de izquierda en la prueba evidente de la inconsistencia de un discurso que promueve una falsa libertad cultural por encima de la protección de la igualdad de género.

Por otro lado, los grupos fundamentalistas se han hecho eco de las teorías post-colonialistas para refinar el discurso del velo.


Coincido plenamente en que no nos podemos refugiar en la excusa del relativismo cultural por resultar totalmente contradictorio y contraproducente. 

Más aún, reclama que el feminismo mantenga la coherencia de un discurso que esté en contra de las distintas manifestaciones de dominación sexual más allá del debate intercultural. Por tanto, (y esta es una de las ideas que más destaco de la autora), si el movimiento feminista fue capaz de poner en cuestionamiento otras doctrinas religiosas en relación al cuerpo femenino -como es el caso del aborto-, ¿por qué usar una tónica diferente en este caso?

Además, no debemos olvidar que la permisividad y el "buenismo" pueden llevar a normalizar prácticas estigmatizadoras que siguen promoviendo profundas desigualdades y violaciones de la integridad, en este caso del sexo femenino.

Es curioso que con frecuencia se utilicen argumentos como "es su/nuestra cultura", "son sus/nuestras costumbres", "es su/nuestra religión", "así es su/nuestra sociedad" para legitimar y banalizar las desigualdades de género aquí y en cualquier parte, suyas o nuestras. Es así como cualquier tradición cultural se protege siempre por encima de los derechos universales de las mujeres, casi sin excepción. Y quienes no solo no nos oponemos sino que mostramos neutralidad o indiferencia, somos doblemente culpables. 





enero 24, 2017

Instrumental: locura, música y medicina

Creo que James Rhodes ya no necesita carta de presentación. Desde hace algún tiempo, su nombre ha sonado por los libros que ha publicado y por su escalofriante testimonio, por esa historia que habla de un hombre marcado por los abusos sexuales de su profesor de gimnasia, que primero encontró una cura transitoria en las drogas y la medicación, y después una sanación definitiva en la música clásica.

Como cabe esperar, escuchar cualquier entrevista de James resulta una acción dolorosa que supone todo un ejercicio de empatía. Y leer su autobiografía bajo el nombre de Instrumental: memorias de música, medicina y locura es llevar al papel las palabras que hablan de esa experiencia que comparte a corazón abierto, con total sinceridad.


De entre todo lo que me impactó de esta narración, destaco a continuación las TRES GRANDES COSAS que me ha aportado Instrumental:

1. El tabú de los abusos sexuales, a los que James llama como se tienen que llamar: violaciones. Sin recrearse en el morbo, el autor utiliza la dosis de dureza suficiente como para que entendamos no solo el horror de violar la infancia de un niño, sino también la impunidad, el desconocimiento y los oídos sordos que mostramos en ocasiones contra la pederastia, esa vergonzosa lacra social que puede joder tu vida para siempre. Más aún, esta obra pone de manifiesto el silencio que miles de personas han guardado bajo el insoportable manto de su sufrimiento, y cómo es que, aún ahora, esas voces apenas comienzan a alzarse. 


2. El mundo de la música clásica necesita renovarse. Soy completamente ignorante en lo referente a este estilo musical, por no hablar de mis dotes nulos en cuestiones de pentagramas y melodías. No obstante, y a pesar de mi ignorancia, coincido plenamente con James en que la música clásica se ha empeñado en automarginarse. En este sentido, el autor realiza una crítica feroz a ese mundo de hombres estirados vestidos de etiqueta que consideran la música clásica un espectáculo selecto dirigido a un público aristócrata y pudiente, apostando por su apertura y por dar la oportunidad de escuchar y tocar el piano a quien así lo desee, sin importar nada más.




3. Así como hay heridas que nunca se terminan de curar, también existen sueños que se hacen realidad. Rhodes no se anda con rodeos, pues afirma con rotundidad que ser violado por su maldito profesor le dejará secuelas físicas y psicológicas para el resto de sus días. Sin embargo, nos muestra a la vez su esperanza por haber logrado salir con vida de esta situación, y por haber logrado ese sueño que tenía desde los 7 años, que al final lo salvó. A día de hoy, su éxito y sus deseos de hacer de la música clásica un género accesible y su denuncia social lo convierten en una figura imprescindible que simboliza la lucha constante y la capacidad de superación. 

En definitiva, una autobiografía que nos habla de la vida de Rhodes, en singular, y de sus vidas, en plural: sus idas y venidas, su mundo exterior e interior, sus luchas y sus propias melodías, tan tormentosas, abrumadoras y reales, que resulta imposible permanecer indiferente.

Publicado el 24/1/2017


enero 20, 2017

Libertad de expresión: manual de instrucciones

Señoras, señores, libertad de expresión no puede ser decir lo que te salga de ahí abajo, si eso que dices o proclamas es un argumento lleno de odio y faltas de respeto gratuitas que no constituyen otra cosa que una crítica absolutamente carente de valor. 

Si bien estoy de acuerdo en que cada quien se exprese libremente, también lo estoy en que existen formas y formas, y que la gente -sea del bando que sea- no puede ampararse bajo la excusa del "derecho a opinar" para escupir hijoputismo barato. 
Opina lo que te dé la gana, pero no siempre como te dé la gana.

Que sí, que la ley y los políticos no hacen nunca juicios justos, pero tampoco lo hacemos los ciudadanos que nos mostramos críticos con ideologías o pensamientos retrógrados, pero que aplaudimos como idiotas cuando el vecino con el que simpatizamos se llena la boca de insultos y palabras que demuestran que, en el fondo, es tan indeseable como aquél al que señala.


No puede ser que seamos tan demagogos como para defender lo indefendible cuando y como nos conviene y quedarnos tan panchos, por la sencilla razón de que, de esa forma, eso de "libertad de expresión" pierde todo su sentido y credibilidad. Y más aún, perdemos muchos puntos a nuestro favor.

Si deseas la muerte a un niño enfermo de cáncer por querer ser torero, eres igual de **** que el que le clava la espada al animal. Si te deleitas con alusiones a explosiones y violencia, eres igual de **** que el terrorista que pone la bomba, por poner algunos ejemplos. En tal caso, denuncia con contundencia -que no salvajismo- la educación que los padres le han dado a ese niño, y a los órganos de poder detrás del terrorismo y la opresión.
Es tan sencillo como que, si estás de acuerdo en que estas opiniones bárbaras se digan libremente, después no te puedes quejar cuando politicuchos de derecha, retrógrados, fascistas, imperialistas, machistas, nazis, taurinos, racistas y demás fauna suelten sus discursos de odio con ese lema de "somos libres de decir lo que nos venga en gana."

Sí, tenemos el derecho a dar nuestra opinión, a mostrarnos críticos cuando queramos, a decir claramente que nos oponemos totalmente a algo o a alguien, a hablar de las injusticias y desigualdades del pasado y del presente, a poner a parir al político, abogado, juez, o personaje público cualquiera del que estamos en contra, pero con elegancia. Demostrando por qué somos mejores, porque, si no, el odio nos hace a todos igual de imbéciles.


enero 19, 2017

Singularidade


"El universo es una perversa inmensidad hecha de ausencia. Uno no está en casi ninguna parte." (Alejandro Dolina)






Singularidade, obra de Alicia Martín situada en A Cidade da Cultura, 
Santiago de Compostela.



enero 15, 2017

Mensaje de domingo: Montañas rusas

Estás a la cola de la atracción, muerta de nervios. Mientras tu corazón late más rápido de lo que debería, intentas disimular tu ansiedad. No quieres dar marcha atrás, ya queda menos para subirte, así que no es momento de mostrar cobardía. Pero, dios, ves la altura de esa montaña rusa, sus curvas retorcidas, sus subidas y bajadas que desmelenan a los pasajeros y arrastra sus gritos con velocidad vertiginosa, y piensas con cierta histeria: ¿pero qué hago yo aquí?

Mientras reflexionas aturullada sobre tu estúpido masoquismo, llega tu turno. Dios, dios, dios, que allá vamos. Te sientas y esperas a que vengan a ponerte el cinturón, a que te aten a una seguridad que, muy en el fondo, sabes que no es completa. Algo malo podría pasar, como siempre. Tu corazón aceleradísimo espera el momento en el que la atracción se ponga en marcha, para latir aún con más fuerza. Y tu cabeza grita qué cómo se te ocurre haber subido aquí. 



El traqueteo no engaña, ya avanzas hacia adelante por un trayecto de incontenible rapidez. El viento te escupe en la cara con fuerza, se te seca la garganta, y tras el grito de terror, la adrenalina te hace callar para ocupar todas tus sensaciones. Y justo cuando el miedo pasa, empiezas a sentir que lo estás disfrutando. Que lo pasas genial allá arriba, muerta de risa, histeria, diversión y terror. 

Cuando llega el final y tu cuerpo recupera la calma, aliviado de no sentir tantas emociones a la vez, te sientes extrañamente satisfecha, porque te atreviste a hacerlo. Venciste el miedo al miedo. 
Y, como lo has logrado, ahora quieres volver ahí arriba, otra vez. 

enero 12, 2017

La lengua que puso a Chomsky en un apuro

Imagina que eres un misionero en la Amazonia brasileña que tiene como principal objetivo la conversión al cristianismo de una tribu indígena. 
Imagina que convives con los Pirahã, una tribu ancestral que carece de números, términos para referirse al pasado, o  mitos de creación de cualquier tipo.
Imagina ahora que, tras mucho esfuerzo y años de dedicación aprendes su compleja lengua y comienzas a entender tantas cosas de su cultura y su forma de ver la vida, que abandonas todas tus creencias religiosas y personales para siempre.
Y por último, imagina que descubres algo tan revolucionario en esta lengua, que puede cambiar las teorías sobre el lenguaje humano para siempre. 

Noam Chomsky

Esto fue, exactamente, lo que le pasó al lingüista Daniel Everett cuando se marchó en los años 70 con su familia con la principal intención de traducir la Biblia para la gente pirahã.
Sin embargo, Daniel no solo encontró obstáculos en el aprendizaje de su complejo idioma, sino también en la evangelización de este pueblo que durante siglos ha rechazado cualquier intento de colonización cultural.

Los Pirahã no creen en nada que no puedan ver con sus propios ojos. Nada de ningún Dios omnipresente, nada de preocupaciones que no vayan más allá de la experiencia inmediata. No quieren nada que no les sea útil para su estilo de vida y su forma de ver el mundo o para relacionarse de forma directa con los demás.

Everett, a parte de afirmar que en esta tribu se encuentran los seres más felices que ha conocido nunca, también asegura que su lengua no posee recursividad, o sea la capacidad para insertar frases dentro de otras frases (El hombre que atrapó al pez era alto).


Para los que no estéis muy metidos en materia, Noam Chomsky, padre de la lingüística moderna, fue el impulsor de una teoría casi sagrada que afirmaba que, precisamente, es la recursividad un elemento presente en todas las lenguas del mundo (gramática universal).

Pero, tras las apreciaciones de Everett y su sospecha de que tal vez el pirahã no respondiese a ese rasgo obligatorio universal, se crearon ciertas fisuras en las teorías de Chomsky que llevaron a turbulentas polémicas en el mundo intelectual, creando una vez más la eterna discusión del mundo científico sobre quién tiene la razón.

A pesar de que es muy difícil posicionarse al respecto, creo que los argumentos de Everett resultan realmente contundentes. En mi opinión, establecer una regla única para describir la comunicación humana me parece un tanto simplista, y creo que sería necesario abrir un poco más nuestro entendimiento del lenguaje en ese sentido.
Además, también es de interés la perspectiva que muestra Everett acerca de las concepciones sobre las culturas primitivas, los estilos de vida, y sobre todo lo que consideramos necesario e importante como comunidad.



En su libro No duermas, hay serpientes, el autor nos habla acerca de su experiencia, de cómo poco a poco se fue introduciendo más en una cultura que terminó por fascinarlo y romper todos sus esquemas vitales. Junto a estas reflexiones, Everett también ofrece una aproximación teórica sobre todos los aspectos lingüísticos que podrían convertir al pirahã en una lengua única.

Así que si os interesa el tema y queréis profundizar en esta peculiar historia, os invito a adentraros en en esta interesante lectura. Y a los que os vaya más lo audiovisual, también existe un documental muy recomendable disponible aquí.

"Los pirahã no tienen el concepto de un dios supremo, de un dios creador. Tienen espíritus individuales a los que creen haber vistoy y seguir viendo periódicamente. Pueden llamar espíritu a un jaguar o a un árbol, según las propiedades que presente. En realidad, la palabra "espíritu" no significa lo mismo para ellos que para nosotros, y todo cuanto se dice debe comprobarse empíricamente." 





enero 08, 2017

Mensaje de domingo: procrastinación

Afuera el día te invita a un paseo a pie o en bicicleta. Pero tomar el aire no te llama hoy especialmente la atención. 
Tal vez tengas también que preparar un examen, una presentación o ponerte al día para tu rutina laboral de mañana, lunes. Pero en tu cama estás tan bien, acurrucada en la mantita, dejando el tiempo pasar adrede mientras tu sentido de la responsabilidad te canta las cuarenta.
Mientras, tú lo haces callar subiendo el volumen de la televisión, pulsando una vez más el botón endemoniado del "Nuevas historias" facebookianas o postergando esos cinco minutos de la alarma hasta contar 1, 2, 3 horas que te has pasado echando esa bendita siesta.
Tu gata te mira desde los pies de la cama, pues conoce muy bien esa sensación, y te felicita por hacer uso de esa gratificante manía tuya de dejar para después lo que hoy te da pereza hacer. 

Procrastinación



enero 05, 2017

Prefiero 1000 trabajos a un examen

No, lógicamente no quiero 1000 trabajos, pero tú ya me entiendes.
Si has llegado hasta aquí, podrás imaginarte que esta entrada tiene como objetivo una diatriba (acción conocida como "poner a parir" en la forma coloquial) a los exámenes. Ergo, te toca aguantar a una post-universitaria quejarse por la "cuesta de enero" particular que los estudiantes sufrimos, de la que no se habla tanto en los telediarios. 
Porque a estas alturas, después de haber terminado una carrera no sin tropezones, decepciones y alegrías, y estar cursando un máster en el que afortunadamente solo tengo una prueba escrita, puedo afirmar con total seguridad que los exámenes, de forma general, no sirven para (casi) nada.



He aprendido más con los trabajos de investigación o redacción que me han mandado hasta ahora que los tropecientos mil exámenes a los que me he presentado en toda mi vida. 

Y es que cuando se trata de aplanar el culo en una silla, prefiero hacerlo mientras tecleo y me devano los sesos redactando y escribiendo para elaborar un comentario crítico, describir una teoría o parafrasear los párrafos de la Wikipedia -no intentéis esto en casa, niños y niñas-, en lugar de estar mirando pasmada las nebulosas cósmicas que me provoca el aburrimiento de tener que chaparme a rajatabla una serie de conceptos que solo memorizaré para un examen. En lo que escriba el punto y final en el papel, todo quedará relegado al miserable olvido del ¿y esto cuándo lo estudié yo?

Sí, es la vieja historia de nuestro sistema educativo y de esta manía que le han cogido a hacer que se nos atragante el Roscón de Reyes con los apuntes de física cuántica, phrasal verbs, derecho romano o la Teoría de la Madre que los parió.

Insisto en que no solo aprendo más con trabajos, sino que hasta me lo paso mejor.
Bueno, tampoco te creas que monto una fiesta, pero lo que sí es verdad es que no hay nada como ver que, antes o después, el papel se va llenado de letritas, que vas progresando gracias al esfuerzo de ir sacando tus propias ideas y de buscar argumentos para respaldarlas. Y sí, mira que hay trabajos tostonazo, poco guays, y puede que con algunos tampoco aprendas nada de provecho.


Pero, aún así, los prefiero a esa frustración que experimentas cuando llevas tres días atascada en esa página tan difícil de memorizar que hasta empiezas a dudar de si no serás en realidad un burro redomado al que todo este tiempo han aprobado por suerte o pena.

Porque, básicamente, un examen parece estar destinado a hacerte pensar así, a convertirte en un burro experto en recitar palabrería inútil que solo te servirá para el momento y el lugar de la prueba. Y luego, a otra cosa mariposa, hasta la próxima temporada de enclaustramiento donde las bibliotecas se convierten en los sitios más parecidos a un manicomio que te puedas imaginar. 

Me retiro ya, que tengo que guardar fuerzas neuronales para aprenderme un montón de cosas que olvidar. 




enero 02, 2017

Ya no escribo diarios

Antes solía escribir absolutamente todo en diarios personales. Tenía casi una obsesión malsana por archivar la memoria para que ni el más mínimo detalle de mi vida se perdiese. En realidad, tenía tantas obsesiones y tanta nebulosa atormentando mi cabeza, que creo que escribir todo lo que me ocurría era una forma de dejar en el papel parte de ese dolor adolescente. Encontraba una especie de antídoto en todos esos cuadernos que manché con tinta y no pocas lágrimas. 

Y esto lo recuerdo porque, cada 1 de enero, comenzaba con ilusión una nueva y reluciente libreta que escucharía con paciencia y devoción las vicisitudes de mi vida, ya fuesen tremendamente emocionantes o increíblemente aburridas. 
Después de varios años, acumulo todos esos diarios de la desesperación y la alegría en cajas y alguna que otra estantería. No los leo con frecuencia, he de decir, tal vez por miedo o porque poco o nada me identifico ya con la persona que los escribió. 

Y esto se debe a que ya no los necesito como antes. Dicen que quien escribe, lo hace muchas veces para calmar algún dolor (de ahí lo de "antídoto" del primer párrafo) o porque tiene la necesidad de calmar un egocentrismo mal curado. El caso es que, por fortuna, ya mis años nuevos no comienzan en una página en blanco, al menos no literalmente. Y creo, sin dudas, que eso indica algo bueno.

Ya no escribo en diarios, porque ya no duele. Aquellos lápices sin punta, aquellos bolígrafos sin tinta y aquellas libretas de páginas arrugadas ahora son solo un ejemplo de que, como afirma el dicho, no hay mal que cien años dure.
Desde hace ya bastante, voy anotando todo en mi memoria, con tinta invisible, para ejercitarla. La mano que escribía ya me protestaba tanto, que decidí jubilarla por tiempo indefinido. 
Y ahora sí, feliz año nuevo.