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febrero 24, 2017

El peligro de ser mujer, leyendo

¿Recuerdas aquel tiempo tan lejano en el que leer era una actividad prohibida al género femenino?
Pues no hace tanto, ver a una mujer con un libro entre las manos la convertía en un peligro no solo para los demás, sino también para sí misma. Una mujer leyendo, ¡válgame dios!

La lectura abandonada, Félix Vallotton (1924)

Qué clase de manía fea y extraña podía tener una señorita que quisiese pasear sus ojos por las palabras impresas de una lectura que le daría ideas, pensamientos, sueños y que hasta la haría descubrirse a sí misma. Eso de pensar y leer solo estaba al alcance del hombre, y nada bueno podía salir de una mujer que quisiese hacer lo mismo.

Quién hubiese pensado que hasta leer se iba a convertir en un derecho más por el que luchar.

Lee Miller y Tanja Ramm, Theodore Miller

De esa relación entre "peligro" y "mujer leyendo" nació este maravilloso libro ilustrado de la editorial Maeva, con un interesante prólogo de Esther Tusquets y textos originales de Stefan Bollman, en el que se hace un recorrido histórico y pictórico en torno a la temática de la lectura en femenino.


A través de la mezcla y variedad de colores de épocas y sociedades distintas, se hace una recopilación de los cuadros y fotografías en los que se plasma el misterio que desprendía una mujer con la vista pegada a la lectura. Dueña de sí, absorta en una narración que le hablaba de otro mundo al que tal vez quería pertenecer.

Una delicia para los sentidos y una oportunidad estupenda para agasajar a nuestros ojos no solo con la belleza y colorido de las imágenes y la lectura, sino también para reivindicar la rebeldía de leer, la adrenalina de correr el riesgo de lo prohibido y de adentrarnos en dimensiones que, según decían, no estaban hechas para nosotras. Decían.

Madame Pompadour, François Boucher (1756)
Mujer leyendo, P. Janssens Elinga (1668-70)
Quietud, James Jacques Tissot

Marilyn leyendo Ulises, Ever Arnold (1952)

febrero 15, 2017

Qué narices es el éxito

Hay días en los que te preguntas qué haces mal. Qué más te hace falta intentar. Has sudado lágrimas; has mostrado entereza, tozudez, perseverancia, siempre al pie del cañón, sin dejar que tu ilusión y tus ganas decayesen por culpa de la desmotivación. Te dijeron que, sin lugar a dudas, ésa era la fórmula del éxito.


Pero ves que algo no funciona, que tu paciencia se agota porque no llegan los resultados esperados. Que tras mil y un intentos todavía sigues ahí, con un pie aún en la línea de salida, o a medio camino de ese kilométrico recorrido hacia esa montaña a la que llaman Éxito.

Y ahí es cuando empiezas a darte cuenta de que te han engañado.

Porque el éxito es un proceso mucho más largo y costoso que solo "escalar una montaña". Nunca te lo dicen, pero, en realidad, tienes que comenzar desde el mismísimo subsuelo, escarbando la tierra mientras las uñas se te ensucian y las yemas de los dedos te quedan en carne viva.


Después, una vez que consigues salir a la superficie, debes orientarte para encontrar el camino a la montaña. La ves allá, lejos, ínfima, un punto en el horizonte.  ¿Y ahora cómo saber cuál es la ruta más rápida y segura?

Tratando de averiguarlo, supones que el camino más "fácil" es un laberinto (imagínate cómo serán los otros) hecho de pasillos estrechos, oscuros, retorcidos. Y, cómo no, te pierdes una y otra vez, cayendo siempre en el mismo punto, hasta que, tras miles de vueltas, idas y venidas, consigues salir de allí.


Muerto de cansancio, ahora debes atravesar una especie de desierto árido y rocoso situado a los pies de la montaña. Suspiras con resignación. Y vas, paso a paso, no sin quemarte los pies. Deshidratándote, muriendo de calor, el tiempo y tus pasos se ralentizan de forma desesperante.

Cuando lo atraviesas por completo, finalmente llegas a la base de la montaña. Ahora es cuando comienza todo. Es muchísimo más grande de lo que creías: una altura imponente y abismal que debes superar tú, tan pequeño, tan lento e insignificante.

Y qué cansado estás ya.

Si das todo de ti y luchas por ello, puedes llegar a la cima. Si le pones ganas, si cuentas con el equipo necesario, si estás preparado para el desaliento y sobre todo crees en ti. Y también, para qué negarlo, si cuentas con la suerte suficiente.
Pero tienes muchas más posibilidades de tirar la toalla a mitad de camino. Es más, puedes rendirte mucho antes, ya en el subsuelo, en el laberinto, el desierto rocoso o a escasos metros de la meta. Puedes perderte nada más empezar, o morir a un paso de la victoria.


Estos días me pregunto qué narices es eso del éxito. Cuando creía que se reducía solo a escalar una montaña, me doy cuenta de que esa palabra significa mucho más. Que el éxito se forma de pequeños logros, pero sobre todo de millones de intentos.

Y que, sobre todo, nada te garantiza llegar a esa cima, tan próxima al cielo. Mientras, aquí sigo, escarbando, orientándome, pisando tierras candentes, subiendo por una ladera cuesta arriba, aunque sea a paso de tortuga. 
Como no se sabe qué tan alto llegaré, prefiero seguir intentando. Igual la meta está más cerca de lo que parece.


febrero 11, 2017

Un San Valentín adelantado en Una habitación con vistas

Una habitación con vistas estaba pensada como lectura de San Valentín. De hecho, tiene todos los ingredientes para hacerla una recomendación estupenda para el "día del amor": siglo XX, romance, Italia, convenciones sociales que impiden a dos jóvenes amarse libremente, crítica social implícita, etc. Entonces, ¿qué hago publicando esta entrada 3 días antes de lo previsto?



Pues porque en esta ocasión no me mostraré tan entusiasta como esperaba, ya que la novela no me ha enganchado lo suficiente, por dos razones principales: 1) la traducción de la edición que leí no era especialmente buena y 2) no estoy en una "época de narrativa", ya que últimamente me interesan más otro tipo de lecturas, como el ensayo (ÉSTA última tiene bastante peso, todo hay que decirlo).

Y, como parece que en San Valentín es casi una norma mostrarnos más pastelosos de lo habitual y cantar a los cuatro vientos que el amor es lo más bonito del mundo, no es plan de venir a aguar la fiesta más romántica del año-y un tanto capitalista- a nadie.

No obstante, hacia los últimos capítulos de Una habitación con vistas Foster consiguió menear un tanto mi adormitado corazón gracias a la pasión entre los dos protagonistas, Lucy y George. Porque, no nos vamos a engañar, resistirse a esos romances mágicos de antaño que poco o nada se parecen a los del siglo XXI es prácticamente imposible.




Además, destaco muy positivamente el personaje de la protagonista, su evolución y su deseo de llegar a algo más en la vida. Me encantó la ambición de Lucy y su honestidad y contundencia a la hora de expresar sus deseos o sentimientos, en especial con su dominante madre (sus discusiones eran dignas de enmarcar, sobre todo por reflejar tan bien la diferencia de mentalidad entre una generación y otra).

¿Quiero decir con todo esto que Una habitación con vistas sea un libro aburrido, sobrevalorado, mal escrito? Para nada, no pertenece a ese grupo de lecturas de las que echo pestes, sino simplemente a ese grupo que, por diversas circunstancias, no cumplieron mis expectativas

Así que se podría decir que esta novela es, para mí, como uno de esos amantes que no llegan en el momento oportuno. Me faltó esa llama de intensidad como para decir que la obra de Foster pueda ser uno de mis imprescindibles de San Valentín. Pero Cupido es caprichoso, y nunca se sabe si contigo, lector(a), pueda utilizar otra flecha más efectiva...


Publicado el 11/2/2017

febrero 03, 2017

Todos los clichés sobre el erasmus son verdad

Facebook me ha recordado que hace dos años me embarqué en una aventura que sin duda produciría un cambio muy significativo en mí.
Y es que salir del terruño por una larga temporada cuando tienes 21 añitos es un método infalible para el crecimiento personal, el espabilamiento y la adquisición de una perspectiva diferente de la vida. Sí, suena a mucha palabrería filosófica si pensamos en todos los clichés relacionados con el erasmus que tienen que ver con el alcohol, las fiestas y el olvidarte prácticamente de cómo se cogía un libro

Pero el caso es que la gran mayoría de los mitos que se oyen son verdad, o tienen una parte que no se puede negar, por estadística. 


De entre ellos, que viajas como un condenado. Sí, es verdad, y creo que da igual al país al que te vayas, el caso es que tus ansias de viajero se curan con creces cuando te vas de erasmus. Es cierto que tienes que contar con dinero, pero si te lo montas bien, puedes conseguir conocer sitios espectaculares sin que por ello te salga por un ojo de la cara.

En mi caso, estuve en Inglaterra, y gracias a las asociaciones de estudiantes que organizan miles de actividades, pudimos conocer Cambridge, Oxford, New Castle, Liverpool, etc. Además, también existe la posibilidad de organizarte con tus amigos para hacer excursiones de todo tipo y para todos los gustos: playa, naturaleza, pueblos, festivales, etc. Es cuestión de animarse.

Peak District (Sheffield)

Otro gran cliché es que de erasmus te conviertes en un relaciones públicas. A no ser que seas un completo antisocial, es prácticamente imposible no conocer gente de todas partes del mundo y encontrar personas con las que congenies. Por supuesto, una de las principales motivaciones para ir  a un país extranjero es practicar el idioma... y una lengua solo se practica usándola. 🙆
Además, no solo podrás hacer grandes amistades (a veces incluso mejores que las que tenías en casa), también será una gran oportunidad para desmontar prejuicios y estereotipos, tanto propios como ajenos... y para comprobar que otros tantos son verdad, todo hay que decirlo ;)




Fiestas y ligoteo, también un clásico. Hay que admitirlo, parece que irse de erasmus sin haber tenido un rollito interracial se ha convertido prácticamente en una presión social (y no exagero). Hay quien incluso lo tiene como razón número 1 para coger el avión, y lo mismo pasa con las fiestas (y esta gente sí que exagera). Por supuestísimo, no voy a negar que las fiestas y la diversión complementan la experiencia de disfrutar y pasárselo en grande -aunque no lo son absolutamente todo, claro-. Qué os puedo decir, no me arrepiento de esos chupitos y de esas noches de alegría que, por cierto, en países como Inglaterra acababan como muy tarde a eso de las 2. Bah, todo es cuestión de acostumbrarse.

Dejando al margen esos clichés más "jocosos", lo cierto es que existe una ley universal que cambia a las personas que se van de erasmus... para siempre (música dramática). Sin lugar a dudas, recomiendo que, si te estás planteando irte, no lo dudes más. Después de pasar ese trance latoso del acuerdo de estudios, de esos primeros días de cierta desorientación y nerviosismo y de esas lagrimillas en el aeropuerto al despedirte de tu familia, lo que te espera superará con creces todas tus expectativas.


De hecho, todos estos mitos verdaderos de los que he hablado son solo la superficie de todas las posibilidades que se te ofrecerán y de todo lo que aprenderás: nuevas universidades y formas de enseñar, gestionar tu tiempo (porque SÍ QUE TIENES QUE ESTUDIAR Y TRABAJAR, aunque sea algo), superar tus inseguridades, mejorar tu nivel de idioma y tus capacidades comunicativas, y un interminable etcétera.
Ten por seguro que el erasmus es algo que jamás se olvida.
Por ello, dos años después te entrará una cierta melancolía al recordar con cariño todos esos lugares, personas y momentos que te marcaron al pensar que, como yo, hayas tenido hasta la oportunidad de ver a la Queen de Inglaterra en vivo y en directo. 😉 ¿Que no me crees? Mira, mira:






 Y tú, ¿has pensado en irte de erasmus?
Si ya has vivido esta experiencia, ¿qué te ha parecido? ¿Dónde, cuándo, cómo?