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marzo 26, 2017

Al otro lado de la clase

Ahora me toca a mí. Ahora sí que sí, este lunes (¡¡mañana!!) empiezo como profesora de prácticas, "pseudoprofesora" o profe a medias en un instituto de secundaria.
Después de unos meses teóricos en el máster de profesorado -que marcaron el final de mi enraizamiento al pupitre, al menos por un tiempo-, ahora los alumnos/as nos lanzamos durante unas cuantas semanas a probar en nuestro propio pellejo qué se siente eso de estar al otro lado de la clase.
Quién me lo iba a decir. 


Para ser sincera, la idea de ser profesora comenzó hace algún tiempo para mí, aunque mi sueño estaba más centrado en enseñar en la universidad. No obstante, como al final es la vida quien elige por ti, una cosa fue llevando a la otra, y opté por el máster de profesorado de secundaria y bachiller.
Y aquí estoy, y allá voy.
Muchas son las ilusiones, los temores y las preguntas de enfrentarse a esta nueva situación. 

Uno de los aspectos que más peso tiene es el de lo que la sociedad espera de ti como educadora. Hoy más que nunca se está poniendo en tela de juicio nuestro sistema de enseñanza, y no sin razón, claro. Por lo tanto, parece que somos nosotros, los y las que queremos formar parte de la docencia en el futuro, los que tenemos el mayor peso y responsabilidad sobre nuestros hombros.

Y es que parece que todos tenemos un concepto ideal de educación, pero no cómo ponerlo en práctica: ese es, según muchos, el gran reto de nuestra generación. Sobre cómo luchar contra el anquilosamiento del sistema, desprendernos de la inercia al tradicionalismo y maximizar los métodos motivadores son temas sobre los que se ha escrito mucha teoría y sobre los que no se ha aplicado tanta práctica.


Como aún eso me parece un reto para el que primero debo tener mucha preparación, y como nunca fui mujer de empezar la casa por el tejado, de momento voy a centrarme en este ahora de inexperiencia, observación y aprendizaje. Voy a disfrutar y sacar partido de mi papel de novata.

Mientras deambule por esos pasillos, será como volver atrás. A esa época donde de forma abrupta te desprendes de tu piel de la niñez para adentrarte en la selva a la que se semeja la adolescencia.
Deberé tener en mente todos esos recuerdos cuando mire cara a cara a esos chavales y chavalas que se preguntarán para qué les servirá lo que les explique, teniendo que lidiar ya con mil historias en su cabeza que resultarán, casi con total seguridad, bastante más estimulantes que esas dos nuevas reglas gramaticales, el vocabulario sobre "nuevas tecnologías" o los pasos a seguir para escribir una buena redacción.

Dicen que a enseñar se aprende enseñando, como tantas otras cosas en la vida. Así que, a unas horas de comenzar a "aprender a enseñar", me dispongo a tomar nota de esos profes que ya lleváis más camino que yo. Sé que algunos de los que me leéis tenéis ya experiencia en esto de ser docentes, así que os hoy pido que me abráis el baúl de los recuerdos y el cajón de los consejos. Habladme de los qués, los cómos y los cuándos; contadme, s'il vous plait, aunque sea solo el argumento (sin destripes, que de eso ya me encargo yo) de esta peli que estoy a punto de empezar.
Y esos y esas que estáis también a punto de escribir con tiza el comienzo de esta nueva etapa, contadme también todo lo que esperáis, teméis y queréis de ella.

Gracias por leer y comentar 💕

En algún lugar, a 26 de marzo de 2017 



marzo 17, 2017

Voces de Chernóbil, voz de Svetlana

Esta es una de esas reseñas que resulta un tanto complicada de llevar a cabo. Como es lógico, hablar -y que nos hablen- de Chernóbil es enfrentarse a un pasado difícil, a un duro momento histórico que conmocionó a una comunidad que arrastró consigo al resto del mundo.

¿Quién no ha oído hablar de este desastre que dejó secuelas imborrables, imágenes perturbadoras, dolor y sobre todo un gélido silencio? A día de hoy, todavía son muchas las preguntas sin responder, los nombres sin decir, las consecuencias numéricas sin concretar de lo que ocurrió verdaderamente aquel abril de 1986.



Es precisamente por ese silencio por el que Svetlana Aleksiévich, la autora de Voces de Chernóbil, retoma los testimonios de las personas que estuvieron allí aquel fatídico día. Para dar voz a quienes les correspondía hablar, a quienes realmente merecían ser escuchados.

En su labor de periodista, Svetlana ofrece datos sobre la explosión al comienzo del libro, además de una justificación. Como ella misma afirma, este ensayo trata sobre "el mundo de Chernóbil", sobre "la historia omitida" y sobre "la vida cotidiana del alma". Por esta razón, no es ella quien lleva la voz cantante, por supuesto, sino que, tras la introducción y nota histórica, da paso inmediatamente a esas voces cotidianas y anónimas que vivieron de primera mano la incertidumbre, el miedo y el horror de aquel accidente.



De este modo, la obra se compone de un gran fragmentarismo que hace referencia al caos y a la desorientación que se apoderaron de la realidad cuando la central explotó. Una variedad de voces con distintas profesiones, personalidades, vivencias, edades y creencias hablan para relatar desde su minúsculo punto de vista ese acontecimiento de enorme magnitud; madres, padres, niños, maestros, bomberos, amas de casa, funcionarios y otros muchos que debieron pasar desapercibidos si Chernóbil no fuese más que un nombre.

En suma, Voces de Chernóbil es duro, pero necesario, ya que se trata de un libro compuesto de fragmentos, de voces, claro, que tomaron la palabra para narrar la Historia y la Verdad, que no siempre van unidas, por desgracia.

El nombre de mi país, un pequeño territorio perdido en Europa, del que el mundo no había oído decir casi nada, empezó a sonar en todas las lenguas y se convirtió en el diabólico laboratorio de Chernóbil, y nosotros los bielosrrusos nos convertimos en el pueblo de Chernóbil. Fuera a donde fuese, todo el mundo me observaba con curiosidad: "Ah, ¿usted es de allí? ¿Qué está pasando?"

En algún lugar, a 17 de marzo de 2017



marzo 12, 2017

Crónica de un concierto anunciado: James Rhodes

Hay dos mitos sobre las casualidades: que no existen, y que las mejores cosas llegan a través de ellas. Y ya desde hace algún tiempo, empiezo a creer firmemente que ambas son la pura verdad. Porque hace nada, una gran y repentina casualidad llamó a mi puerta para darme una inesperada sorpresa.
Un día hablando con unas compañeras de clase (si leéis esto, sabed que os debo una muy grande) me enteré, así, casi sin quererlo, de que James Rhodes iba a dar un concierto en la maravillosa ciudad compostelana de la que estoy tan enamorada.



Sí, justo aquel hombre que me había conquistado unos meses atrás con su libro Instrumentala base de fríos bofetones de cruda realidad y pedacitos de cálida esperanza, ofrecía un concierto de piano con la promesa de hacer verdad un sueño que, sospecho, comparto con todos los que esa noche llenamos la sala del Palacio de Congresos.

Así fue como el 10 de marzo por fin pude ver en carne y hueso la delgada y encorvada figura de Rhodes al piano en un espectáculo llego de sencillez, pero no por ello de menos emoción, consiguiendo el que es, sin lugar a dudas, uno de sus principales objetivos: que incluso una ignorante  de la música clásica como yo pudiese disfrutar de la brutal energía que ésta puede transmitir.

Foto tomada de su página en Facebook (enlace aquí)
Un breve repertorio de piezas musicales entremezclado con la voz fina, frágil y cristalina del pianista más rarito y fuera de serie que te puedas imaginar (su vestimenta compuesta por su típica sudadera de Chopin y unos vaqueros oscuros) me demostró que James está comprometido con su intención de hacer del piano un instrumento accesible a todo tipo de público.

Antes y después de ponerse manos a la obra sobre el teclado, Rhodes se paraba a pronunciar unas palabras -tan cargadas de metáforas, humor  y autenticidad como en su libro- que lo hacían muy empático y cercano a su audiencia. Es por ello que, además de contar las tragedias que llevaron a los compositores a escribir una melodía, también dejó espacio para perdonarse por no hablar español (añadiendo que, en efecto, eso lo convertía en el "típico gilipollas británico"), que sentía lo del Brexit, y que, por último, pero no menos importante, Fuck Donald Trump! 


Y finalmente, después del concierto, llegó una cola larga pero más rápida de lo que parecía en un principio para la firma de libros. Cual adolescente que espera con ilusión el autógrafo de un ídolo, me acerqué a James en un frente a frente de formalismos al uso tipo "encantada de conocerte", "felicidades por el concierto" y demás palabrería en la que te quedas diciendo menos de lo que querías, pero diciendo al fin y al cabo, obteniendo a cambio esa sonrisa tímida, infantil y tierna de un hombre que, como tantos otros, ha hecho callar a sus fantasmas con el sonido de un instrumento y que, ya de paso, nos regala música e ilusión a otros.
Sin duda, su firma quedará indeleble en esa primera página de mi libro, el eco de su música seguirá escuchándose por mucho tiempo en mis oídos y esta grata experiencia quedará por siempre grabada en mi recuerdo.
Por todo ello, gracias, James.


En algún lugar, a 12 de marzo de 2017




marzo 09, 2017

Moonlight

Hoy la entrada irá dedicada a la ganadora a mejor película de los Óscar 2017, la más que aclamadísima La La Land...
¡Huuuuy, perdón, quise decir Moonlight!
Después del sonado desliz de la gala de los Óscar de este año, los títulos nominados ya son inevitablemente (más) conocidos, tanto si se han visto como si no.
Es cierto que a raíz de este percance ocurrido en la entrega de premios se creó una cierta polémica acerca de si realmente este filme es merecedor del galardón a mejor película (como cada año, diría yo).

Como no he visto el resto, no puedo opinar si Moonlight es lo suficientemente meriotoria o de si la academia le concedió el Óscar por una cuestión de "compromiso social" u otros intereses, como comentaron por ahí.


Lo único que puedo afirmar es que la película me gustó, y que me parece de calidad. Tal vez no se trate de un peliculón, pero sí de una historia subyugante en la que sexualidad, drogas, relaciones personales, infancia y acoso escolar se conjugan para fundirse en las tonalidades azules, grises y violetas a las que la cinta rinde homenaje en una peculiar armonía. 

Todo ello con el trasfondo de unos personajes de piel negra con cicatrices visibles e invisibles, en la que la pigmentación no es, ni mucho menos, un asunto baladí, sino que cobra un gran simbolismo dentro de la cinta.



Así, la voz cantante de Chiron, el protagonista, parece hablar a través de la mirada desvalida del que está condenado a la soledad y el desamparo, así como del paso de la indefensión a la necesidad de supervivencia. En otras palabras, del endurecimiento de esa mirada, y de la evolución de lo que se lleva dentro y fuera de la piel. 

Actuaciones, ambientación, ritmo y trama, entre otras, son los ingredientes que hicieron de Moonlight una película muy interesante. 

Y los que estáis al otro lado de la pantalla, ¿la habéis visto? ¿Os ha gustado? ¿La consideráis merecedora del Óscar? ↓





marzo 08, 2017

8 de marzo: hoy y siempre

Cómo no compartir en este día algo relacionado con la lucha por la igualdad de las mujeres. Pero recuerda, el 8 de marzo no debe ser solo hoy. Esta es una batalla que se debe pelear día a día, sin cese ni rendición, a pesar de las trabas, de los peros, del menosprecio y de los intentos de poner en duda la necesidad de nuestra causa. Es un buen momento para gritar más alto por encima de las voces que nos quieren silenciar y minimizar. Es un buen momento para hacer ver que este día es solo uno más de un conjunto de semanas, meses y años de lucha y resistencia que comenzó probablemente desde que el mundo es mundo, desde el momento uno. 
Ahora es la hora de ganar fuerza, de seguir hacia delante, hacia un futuro en el no nos quitarán ni un solo día eso por lo que llevamos peleando desde el principio: la libertad. 



Publicado el 8/3/2017




marzo 04, 2017

La fiebre del Millennial

Desde hace algunas semanas, ha estado pululando por internet un vídeo en el que entrevistan a Simon Sinek acerca de los millennials, un vocablo tomado del inglés que parece estar muy de moda para referirse a ese grupo de jóvenes nacidos de 1984 en adelante que comparten una serie de características que los hacen muy diferentes a las generaciones del pasado. 
Según las propias palabras de Sinek, son particularmente "difíciles de manejar, perezosos, narcisistas, egoístas", y por último pero no menos importante, no parecen contentarse con absolutamente nada, a pesar de tenerlo (casi) todo. 


Para ver el vídeo, haz clic aquí

Yo, por el hecho de pertenecer a la maravillosa y un tanto idealizada época noventera, estoy supuestamente incluida también dentro de esta especie de tribu surgida en la era del capitalismo salvaje y la posverdad. Pero, el caso es, ¿hasta qué punto me he sentido identificada con las definiciones y las pautas de comportamiento de las que se habla en la entrevista?
Bueno, está claro que no todos los que formamos parte de esa generación sufrimos "la fiebre del millennial", ya que no necesariamente somos todos egocéntricos, malcriados, vagos, ni carecemos absolutamente todos de motivación. Como siempre, las generalizaciones tienen sus limitaciones.

Pero, vale, admitamos que, en cierta forma, es posible que sí seamos bastante más "mimados" que nuestras madres y padres, por ejemplo, por no hablar ya de nuestros abuelos. Creo que se puede afirmar con rotundidad que, a este lado del charco de Occidente, donde reina el consumismo y donde se ha instalado ese supuesto Estado del bienestar, los jóvenes de hoy tenemos bastante más que los que nos antecedieron, especialmente a nivel material.


En este sentido, uno de los puntos fuertes del discurso de Sinek tiene que ver con el argumento de que los Millennials son víctimas de lo que él llama "estrategias fallidas de crianza", puesto que nuestros padres nos han hecho creer que podemos conseguir todo lo que queramos en la vida, bien sea porque nos lo dan ellos en bandeja, o porque somos tan especiales que no cabe duda de que es lo que nos merecemos. 

Esto no solo se relaciona con cualquier tipo de objeto material, sino también con la consecución de objetivos personales. Así, los que formamos parte del fenómeno millennial nos sentimos terriblemente impacientes por "crear impacto", pero al descubrir las dificultades que conlleva cumplir nuestras metas, destacar y hacer algo grande (haciendo hincapié en el ámbito laboral), nos invade una tremenda insatisfacción que no sabemos gestionar, por la sencilla razón de que nunca nos han inculcado el sentido del esfuerzo.

Hace unas semanas publiqué una entrada sobre el éxito, y tras ver la entrevista, me puse a reflexionar que, tal vez, sí es cierto que se ha fallado a la hora de enseñarnos el trabajo y la dedicación que se requiere para lograr casi cualquier cosa en el mundo, y no solo a nosotros, sino también a las generaciones de niños y adolescentes de ahora. Le doy la razón a Sinek cuando afirma que nuestra costumbre a lo instantáneo (pone el ejemplo de "compro hoy en Amazon y mañana lo tengo en casa") ha deformado nuestra noción de tiempo, de espera y de paciencia. 

Obtenemos lo que queremos y cuando lo queremos por culpa de una educación que tal vez nos ha mimado más de lo que debería, y por lo que Sinek llama corporaciones, es decir, el sistema económico y empresarial que también nos ha hecho fanáticos de lo rápido, del aquí y ahora. 


Ligado a esto va también todo lo referente a nuestra adicción a la tecnología. Cómo no, si los millennials ya no vienen con un pan debajo del brazo, sino con un teléfono móvil. Sinek critica nuestra relación enfermiza con las redes sociales, y advierte del peligro de canalizar nuestras frustraciones a través de un mundo virtual que ha mermado nuestra capacidad de interacción en el mundo real. Otro gran argumento que, en mi opinión, es innegable, y del que además estamos comenzando a ver las consecuencias de forma evidente.

Pero, a pesar de que el vídeo me parece de gran interés y de que estoy de acuerdo con buena parte de lo que en él se expone, creo que también hay que tener otros puntos en cuenta. Entre ellos, que se debe evitar caer en el sensacionalismo y las generalizaciones. Ya se sabe que, curiosamente, en todas las épocas se suele mirar con preocupación a la juventud mientras se suspira por esos tiempos pasados que fueron mejores. No obstante, no creo que nuestro futuro sea tan negro como lo pintan, sino que, a pesar de que, en efecto, sí existen millennials sin ambición, también estamos los que tenemos ganas de currárnoslo, de experimentar, y de, por qué no decirlo, sacar adelante a la sociedad.  Pienso que tenemos una especie de compromiso -obligación, más bien- de sacar partido de todas esas oportunidades que nos fueron concedidas por ser algo así como la generación de los privilegios.

Y por último, creo que también es un buen vídeo para pararnos a reflexionar. Por un lado, a la juventud de hoy nos sirve para mirarnos en un espejo, para hacer un ejercicio de autocrítica, algo así como un "Hostia, si esto es ser un millennial, creo que podemos hacerlo muchísimo mejor". 
Y por otro, creo que también puede ser muy útil para los que estén criando a sus hijos hoy y los que estemos pensando en dedicarnos a la enseñanza. Si lo que queremos es construir una generación de, digamos, millennials en condiciones, en nuestra mano está activar los mecanismos necesarios para formar personas bastante menos quejicas, impacientes, egocéntricas y adictas a la tecnología.
No hay que olvidar que, a la hora de echar las culpas, seremos inevitablemente los primeros en ser señalados. Y con razón. 



Publicado el 4/3/2017