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agosto 28, 2017

Ilusiones & Burbujas

Las ilusiones son como burbujas. Esferas perfectas, transparentes, de un brillo mágico y hechizante. Nadie sospecha el momento exacto en el que la burbuja, la ilusión, explotará, puesto que se está concentrado en observar la belleza que desprenden. A pesar de conocer el riesgo que corremos, preferimos dejarnos llevar por nuestro entusiasmo, por la alegría perfecta y colorida de ese endeble cristal en el que cargamos todo el peso de nuestra felicidad. Por ello, a todo el mundo le sorprende esa explosión, inesperada, abrupta, sin aviso previo. Pero previsible, después de todo.
Las burbujas pueden durar más o menos, ser grandes, pequeñas; pero todas, absolutamente todas, dejan una huella de desilusión violenta cuando se esfuman en nuestras propias narices, restando una nada, un claro vacío, haciendo que nos preguntemos al instante, presos de la incredulidad, de nuestra atónita ingenuidad: ¡¿Qué acaba de pasar?!


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Publicado el 28/8/2017



agosto 24, 2017

La solitaria pasión de Judith Hearne: los crucifijos y el alcohol

Siempre he pensado que la literatura irlandesa tiene una voz propia independiente y potente. ¿Por qué? Porque se nota en sus autores un inconfundible tono de orgullo nacional que expresa con franqueza y realismo las bellezas y los horrores de este particular país. Así, La solitaria pasión de Judith Hearne me sorprendió por esa sencillez abrumadora de Brian Moore al presentar la esencia de su tierra a través de una mujer irlandesa por la que es inevitable sentir una profunda compasión. 

A grandes rasgos, esta novela nos habla, cómo no, de soledad. Más concretamente, de la soledad de Judith, quien responde a ese prototipo de solterona infeliz irrevocablemente condenada a la decepción, en una época en la que el fervor religioso sirve como vía de escape indispensable para aquellos que se encuentran desorientados en los insoldables caminos del Señor. No obstante, no será la figura del Sagrado Corazón la que calme su desesperación, sino el alcohol, el cual llevará a esta pobre mujer a plantearse si realmente hay alguien ahí arriba que pueda escucharla.



A Judith no la quieren, ni como amante, ni como amiga. Vive de las apariencias, de su miedo al qué dirán y de sus sueños románticos. Cada hombre que conoce despierta en ella una ilusión que se desmigaja con cada golpe de realidad. No tiene dinero, no es feliz, no está satisfecha con su existencia mediocre. Por todo ello, Judith recurre a la botella, encontrando en ella una especie de amiga. No fiel, ni buena consejera, pero al menos calmante. Y sobre todo, oyente.
Ella se engaña, hace que no lo sabe, pero poco a poco el lector y una parte de sí misma se van dando cuenta de que Judith le reza a Jesús tanto como al licor. (Bukowski estaría orgulloso de ella).

La solitaria pasión de Judith Earne me gustó, por lo dura, por lo realista, por lo sencilla, por lo certera. Hay en ella un realismo inevitable, una honestidad de la que es imposible escapar. Aunque, he de confesar, también su lectura me dejó algo descolocada, después de todo. Me hizo preguntarme por aquellos que se aferran a una creencia como un clavo ardiente, por necesidad. Casi, pero solo casi, pude entenderlos, al menos en parte.
Sin embargo, al final y a pesar de las súbitas dudas, creo que mi escepticismo pudo más, más que la fe ciega de la protagonista. Y es que después de verla rezar para emborracharse y de emborracharse para rezar, me reafirmé en mi idea de lo peligroso del fervor por la religión... y por el alcohol.

Publicado el 24/8/2017


agosto 11, 2017

Viajar es un vicio bueno

Viajar es un vicio bueno. Una enfermedad curativa. Un placer, una necesidad, una adicción, un estimulante de vida. 
Viajar te cura de prejuicios, ignorancias, estrechez de miras. Te hace más sabia, más experimentada, más conocedora, más ansiosa por descubrir, por saber qué, cómo, cuándo, por qué. 

Embarcadero de Os Chancís (Lugo)

No importa si son los raíles que el tren recorre, el cuentakilómetros del coche, ese hormigueo antes del despegue de un avión, las aguas agitadas del Océano Atlántico, el verdor del Mediterráneo o ese nuevo rincón al que llegaste por casualidad, tan cerca de tu casa. Porque en cada esquina te aguarda una sorpresa, un nuevo aprendizaje que ya no perderás jamás. Y con él, la sensación algo vertiginosa de lo pequeña que eres en comparación con lo vasto, lo amplio, lo inabarcable del planeta, y la triste percepción de lo escaso de tu tiempo y dinero. 

Sin embargo, al final, puede más la felicidad de haber llegado a esa fecha destacada en el calendario, a ese número de asiento asignado, a esa hora de salida y a ese minuto de llegada en el que pones pie en un nuevo destino, hasta entonces desconocido. Y mientras en tu cabeza explota la emoción, gritan los nervios y te embarga una grata ilusión, vas acarreando una maleta que llenarás de quién sabe qué nuevas experiencias.

Sin duda, viajar es un vicio bueno. Y tanto. Así que si me notáis algo ausente durante los próximos días, ya sabréis que es porque estaré sabiendo, descubriendo, mirando, calmando mi curiosidad, acallando una necesidad. 

Hasta entonces, sed felices. O viajad, que viene a ser lo mismo. 😉


Publicado el 11/8/2017


agosto 04, 2017

¿Te reconoces?

¿Te acuerdas de…
aquella canción que tanto escuchabas?
esa persona con la que estabas?
los ideales que defendías?
lo que creías que estaba bien?
esas risas que tanto te alegraban?
aquella tarde en casa estudiando?
aquella salida con los amigos?
la primera noche de fiesta?
tu primera conciencia del mundo?
el que era tu mejor amigo en aquella época?
la primera película que logró impresionarte?
el suceso que te marcó?
las mentiras que te creíste?
las tonterías de las que te arrepentiste?
las verdades que te dolieron?
las personas que entonces formaban parte de tu vida?

Y ahora, ¿eres consciente de…
la canción que escuchas hoy?
esa persona con la que estás?
los ideales que defiendes?
lo que crees que está bien?
esas risas que te alegran?
esta tarde de trabajo?
esta salida con los amigos?
tu millonésima noche de manta y peli?
tu conocimiento más amplio del mundo?
tu mejor amigo hoy?
la película que te ha impresionado ahora?
el suceso que acaba de marcarte?
las mentiras que te crees?
las nuevas tonterías de las que te arrepentirás?
las verdades que te duelen hoy?
las personas que en este momento forman parte de tu vida?

Ves, como cualquier otro, que no, no eres consciente. No te has dado cuenta de gran parte de las cosas que han cambiado en tu vida. Los sucesos que te han acompañado a lo largo de tu existencia solo dejan huella en ese lejano y difuminado recuerdo de lo que en un momento concreto tuviste oportunidad de vivir. Y solamente “crees” recordar, porque sabes perfectamente que tu mente mantiene guardados bajo llave la mayor cantidad de fragmentos de tu pasado.

Ahora, te ves en un espejo, y piensas en la persona que eras no hace tanto tiempo. Tu cuerpo y tu alma se van degenerando simultáneamente, dejando paso a tu nuevo yo; a ese yo que eres hoy y que no te han presentado; que te ha sustituido sin avisarte… Si no lo crees, busca al menos una foto de hace algún tiempo, donde salgas tú, y mira dónde, cuándo, y con quién… ¿Te reconoces?



Publicado el 4/8/2017

agosto 01, 2017

Viento del este, viento del oeste

Oriente y Occidente. Dos eternos contrapuestos, dos bloques enfrentados por culturas y tradiciones completamente diferentes. Peral S. Buck (1892-1973), la autora de esta novela, se encontraba en medio de aquellos dos mundos. Nace en Estados Unidos, pero pronto se traslada a la China con sus padres, donde pasaría casi 40 años de su existencia.

Tal vez, aquel tiempo fuese suficiente para empaparla de la idiosincrasia del país. Tal vez, Buck vio la necesidad de escribir esta novela para definirse, para tomar partido de un lado u otro. O simplemente relató esta historia de contrastes para dejar constancia de que a veces no eres ni de aquí ni de allí. 
Y esto es porque, a pesar de que la protagonista de esta historia es una mujer china, criada en las costumbres más patriarcales y conservadoras de su entorno, manifiesta una clara fascinación por Occidente. Pero, al mismo tiempo, un sobrecogimiento por quien no entiende ni pertenece a una determinada cultura, ni la acepta en muchos sentidos. 



Kwei-Lan fue criada para la sumisión, para el amor incondicional a su marido. Le enseñaron que los pies diminutos, la docilidad, la servidumbre al hombre eran signos de una mujer digna. Pero, poco a poco, la protagonista verá cómo su sistema de creencias y ritos sociales se verán derribados por el pensamiento occidental, por las costumbres de su marido, quien hizo sus estudios en los Estados Unidos. Después, la escisión entre la vida que esperaba y la que le toca vivir se hace aún mayor, cuando su hermano se enamora de una mujer americana, rubia y de ojos azules. Tan extraña, tan misteriosa, tan perturbadora por sus gestos y sus hábitos. Tan distinta a sí misma, tan exótica como la consideran a ella en esas tierras lejanas, que es como mirar el propio reflejo en un espejo distorsionado.

Debatiéndose entre las leyes morales dictadas por su familia y el tierno y fiel amor que siente por su esposo y hermano, Kwei-Lan nos va contando las vicisitudes de ese destino, de ese camino en el que unas veces el viento sopla desde el este, y otras desde el oeste

Puede que la devoción que profesaba a los hombres de su entorno me distanciase bastante de esta mujer, ya que lo distinto me produjo, como a ella, una sensación de extrañamiento. No negaré que las costumbres de esta China antigua y tradicional en la que se ambienta la obra me asombraron para bien y para mal, aunque eso fue precisamente lo que me hizo estar también más cerca de la protagonista. Porque, al final, no dejamos de pertenecer a dos mundos que se miran a la cara con la misma desconfianza y admiración, sin decidirnos sobre cuál de las dos cosas pesa más. Supongo que todo depende del color del cristal a través del que se mire, aquí y allí. 


Publicado el 1/8/2017