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octubre 30, 2017

"La vegetariana": la locura de la carne

El veganismo es, en escuetas palabras, un estilo de vida en el que se abandona totalmente el consumo de cualquier producto de origen animal. Pero cuando Yeonghye decide dejar de comer carne, no lo hace únicamente por motivos morales, de respeto hacia los animales, sino que algo la lleva a entender que en la carne se esconde lo monstruoso de la vida, lo inhumano, lo violento.

Este hecho lo sabes antes de empezar el libro. No obstante, el estar sobre aviso no significa que La vegetariana vaya a ser más llevadero o más fácil de digerir. En primer lugar, porque Yeonghye no habla por sí misma. Hablan por ella su marido, que la considera un ser frío, distante y con el que se casó por conveniencia, tal vez por comodidad. Sus palabras quedan silenciadas también por su cuñado, un artista obsesionado con el cuerpo de la protagonista, con esa mancha mongólica en su piel que, curiosamente, parece una flor, y que está dispuesto a todo con tal de encontrar la belleza en la realización de su obra. Y por ella habla asimismo su hermana mayor, que a pesar de no entender los motivos de Yeonghye para dejar de consumir carne, la acompaña fielmente en ese duro camino de paredes blancas y sondas intravenosas en el que se adentra cuando su cuerpo rechaza ya cualquier tipo de alimento.

Entonces, si Yeonghye nunca se explica a sí misma, si la tachan de loca, de enferma, de inconsciente, ¿cómo no juzgarla? ¿Cómo entender sus motivos? ¿Cómo discernir si su deseo de dejar la carne en es realidad un manifiesto de rechazo ante lo sanguinario de la existencia o sencillamente se trata del desvarío absurdo de una mujer que quiere transformarse en vegetal (literalmente)?
Dice la propia autora, Han Kang, que esta novela es una pregunta imposible, pues a esa mujer que no habla y a la vez es el centro de la historia un buen día deja de importarle si vive o muere, ya que tan solo quiere dejar de formar parte de la humanidad. La escritora afirma que ella únicamente quería saber cuáles serían las consecuencias de la decisión que toma Yeonghye. Y al final las sabemos, claro.

Han Kang (Seúl, 1965)
Para mí, por tanto, también es difícil dar una respuesta precisa sobre esta lectura, sobre si me ha gustado y la he entendido, o todo lo contrario. La locura de la carne, es decir, el consumo de alimentos de origen animal (y lo digo yo que soy carnívora) es tan solo la excusa, la punta del iceberg de esta novela en la que se pone en cuestionamiento el matrimonio, el sexo consentido y el que no, las relaciones familiares y las convenciones a las que uno se somete para que no lo califiquen de chiflado. Así que cuando vemos a Yeonghye traspasar todas esas fronteras y elegirse a sí misma por encima de los demás, automáticamente pensamos que es ella la loca. Pero ¿y si no es así?


Publicado el 30/10/2017

octubre 23, 2017

El talento es lo de menos

Enciendes la radio y a tus oídos llegan los últimos temazos superventas. Los Malumas reggeatoneros machistas se pelean con las ensiliconadas Nikics Minaj por el ser número 1. Pero, que no cunda el pánico, los siguientes aspirantes en la lista también pueden lograrlo, ya que la calidad de sus canciones nada tiene que envidiar a las exitosas porquerías que han llegado a lo más alto.
Ante tus ojos aparecen también los bestsellers imprescindibles junto con el nombre del próximo "gran escritor del siglo XXI". Promesas de una prosa exquisita y una historia muy humana con unos personajes que dejan huella en el lector se diluyen al instante en cuanto pasas las primeras páginas, pues esa calidad literaria que tanto auguraban se pierde entre una narración plana, unos personajes ridículamente estereotipados y un argumento tan previsible y poco original que te dan ganas de quemar el libro en una hoguera. *Para más información, léase a Coelho y compañía. 



Pasas de canal en busca de algo que ver, y de repente te aparece en pantalla una Kardashian que tan solo por mostrar las excentricidades de un trasero grotescamente descomunal y unos morros henchidos de bótox se gana millones, mientras que los que se parten el lomo día sí y día también cada vez lo tienen más jodido para llegar a fin de mes. 
Es entonces cuando buscas en Youtube algún vídeo que tenga algo más interesante que ofrecer. Tonto de ti, claro, que justo vas a meter las narices en esa fauna de youtubers-niñatos que se creen líderes de opinión y que ganan tanto dinerito como visitas tiene su último gran vídeo, en el que se dedican, cómo no, a contar única y exclusivamente soberanas gilipolleces.
Ya ni te digo en Instagram o Facebook, esas grandes plataformas donde los egos de los graciosillos sin gracia, las reinas del Photoshop y los charlatanes que hablan de todo sin tener ni idea de nada crecen a ritmo vertiginoso con cada nuevo like, la droga más potente de nuestra era. 

Y todo este circo en el que se ha convertido nuestra sociedad se debe a que la meritocracia ya no está de moda. Aquí lo importante es vender, ganar visitas, ser el amo de los me gusta. Da igual si no cantas bien ni el cumpleaños feliz, si escribes igual que un niño de primaria o si te dedicas a grabarte a ti mismo hurgándote la nariz, ¡porque el talento es lo de menos, my friend!

Publicado el 23/10/2017

octubre 16, 2017

Queman Galicia

Qué triste es despertar con el olor a quemado de una tierra verde convertida en ceniza.
Galicia no arde, a Galicia la queman.

Adeus ríos, adeus montes... 
Pero el poema de Rosalía no decía así...



octubre 11, 2017

"La insoportable levedad del ser": amor, cuernos y otras desdichas voluntarias

Que el amor duele es una perogrullada como un pino. Pero, a decir verdad, tengo mis dudas con eso de que el amor tiene que ser necesariamente doloroso, porque, con frecuencia, me da la sensación de que duele porque así lo queremos. A veces no es más que terquedad, masoquismo y falta de amor propio. Más aún, tengo la impresión de que a muchos les han hecho creer que el amor es más bonito cuanto más se sufre, cuanto más se arrastran y cuanto más daño se hacen a sí mismos. 
Esa extraña belleza de ser un mártir por amor es lo que ha llevado a muchas personas a tener una vida sentimental llena de frustración. Así lo he comprobado con muchos conocidos, alguna vez conmigo misma, pero sobre todo con una de las protagonistas de La insoportable levedad del ser. Teresa, ay Teresa, que ama a Tomás con todo su ser, a pesar de que este le pone los cuernos día sí y día también. Y ella lo sabe, y ella se muere de celos, pero no puede vivir sin él. 

Y Tomás la quiere, también, en teoría. Porque para mí la teoría del amor dice que en la práctica la infidelidad no es un síntoma de querer, pero oye, cada quien sabrá. Y en medio de los sinsabores de esta relación, está Sabina. Una artista bohemia, de alma libre y corazón dadivoso, que se acuesta con Tomás. Y después, al otro lado de la cama de Sabina, está Franz. Casado, con una hija, idealista y enemigo de las responsabilidades.

Cuando hago reseñas de libros, muchos me comentáis que vuestras listas de pendientes no paran de crecer por mi culpa. Bueno, despreocuparos, porque en esta ocasión no será así. No, no es que vaya a hacer un juego de palabras fácil por lo de insoportable, puesto que esta lectura no me resultó tal. Sí me ha decepcionado en muchos sentidos, ya que me da rabia la falta de amor propio de Teresa, el egoísmo de Tomás, la desconsideración de Sabina, el idealismo disparatado de Franz. Pero también me ha gustado por la belleza de la narración, por la presencia de lo onírico, por lo realista de muchas situaciones y reflexiones que el autor checo Milan Kundera deja plasmadas en este libro donde hay espacio para lo sociopolítico y para la descripción de unas tumultuosas relaciones humanas en medio del ambiente de crispación que precedió a la Primavera de Praga. 

Así que si me preguntáis por el tema central de esta obra, no podría daros una única respuesta. Porque, al final, La insoportable levedad del ser no es solo una novela de amor. Es una historia sobre Historia, sobre conflictos bélicos y personales, sobre la vida, las relaciones familiares e incluso los animales con fragmentos memorables ante los que te dan ganas de aplaudir. El problema del libro, en mi opinión, es que a Kundera se le fue la mano con las dosis de filosofía al crear esta amalgama de todo y de nada. Ya se sabe que al filosofar hay que tener cuidado, puesto que se puede caer en el absurdo y la pretensión, y al final, el que mucho abarca, poco aprieta...
Perdón, me acabo de dar cuenta de que he cometido un error de contradicción, afirmando que esta no solo era una historia de amor. Siento discrepar con Teresa, Tomás, Sabina, Franz y puede que con muchos lectores que conozcan la novela, pero lo que había entre ellos no era más que una complicada y enmarañada red de desdichas voluntarias. De amor, nada.

Publicado el 11/10/2017







octubre 04, 2017

La página en blanco

De pronto vi ese vasto espacio blanco ante mí. La nada se desplegaba en todas direcciones esperando a que la llenase. ¿Con qué? Con algo, algo, algo. 
Un sudor frío me recorrió la espalda, me temblaban ligeramente las manos y mi corazón se aceleró en cuestión de segundos. Había una sopa de letras revolviéndose en mi cabeza, pero ninguna de ellas parecía formar palabras coherentes, sino conjuntos que no decían nada. 
Venga, el comienzo es siempre lo más difícil, ¿verdad? Una vez que empiezas ya todo va sobre ruedas, ya la tinta se desliza sola, ya los dedos corren ágiles aporreando el teclado...

Pero esta vez no iba a ser así, y lo sabía. Ese blanco pulcro de la hoja me cegaba, bloqueando los colores vívidos de mi candente imaginación, que se apagaba sin remedio bajo la madera mojada de una desesperación que cada vez era más incontrolable. Vi que, de tanto asfixiar el bolígrafo, se me había muerto en las manos. Intenté entonces con el teclado, pero aquellas letras mudas acabaron por matarme con su brutal silencio. Y en aquella maldita pantalla se reflejaba todo el brillo de mi fracaso, así que cerré la tapa del ordenador con rabia.


Nada. ¿Cómo era posible? De un momento a otro, esa luz incandescente de mi mente se había oscurecido, esa puertecita que me conectaba a un universo en ebullición, lleno de seres, voces, anécdotas e historias que contar se había cerrado de golpe. Y no había llave que la abriese de nuevo.
Me tumbé en la cama, derrotada. Cerré los ojos, pero aquella hoja virgen, blanquísima, se colaba entre mis párpados como una aparición. Volví a abrirlos, y acto seguido un pensamiento claro, obvio, me golpeó con fuerza. Mis sospechas se transformaron en confirmaciones, en realidades indiscutibles que me llenaron de un terror frío: tenía el síndrome de la página en blanco.

Como era ya de noche, apagué las luces y me protegí de mi propio miedo bajo las sábanas. Intenté sepultar en mi mente los pensamientos catastrofistas que intentaban dominarme, pero sabía que no podía engañarme a mí misma. Ya llevaba demasiados días, tal vez semanas, sin escribir una miserable palabra. Al principio lo había achacado al cansancio, la rutina, la falta de tiempo... Pero ahora estaba claro que el problema era mucho más grave.

Mañana llamo al médico para que me recete algo, pensé. Me concentré en dormir, pues sabía que, de caer finalmente en brazos de Morfeo, cabía la posibilidad de soñar. Y para mí los sueños eran siempre una fuente inagotable de inspiración.
Al final, tras varias horas, el cansancio me venció. Viajé hasta mi subconsciente esperanzada en busca de esa puerta cerrada. La encontré, sí. La abrí, sí. Pero únicamente me topé con una enorme, inmaculada y monstruosa página en blanco que me hizo huir despavorida.
Solo el estruendo del despertador pudo sacarme de aquella pesadilla.

Publicado el 4/10/2017