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diciembre 31, 2017

2017: lo más mejor

Quiero empezar por el agradecimiento. Sé que es un discurso muy trillado, puede que algo repetitivo en estas fiestas, pero no por ello deja de ser necesario reutilizarlo en ocasiones como esta. En las despedidas hay que empezar por agradecer lo bueno, y para mí las mejores cosas de este 2017 en el blog han sido esos lectores que se han tomado la molestia de dedicar parte de su tiempo a leerme, a escucharme, a comentarme, a dejar un pedacito de sí mismos en cada entrada.
La esencia de un blog son sus lectores, no me cabe duda. Si no fuese por vosotros, Pienso, luego escribo sería el espacio caótico e intermitente de una loca hablando sola... Así que gracias por acompañarme, de corazón.



Dicho lo cual, solo me queda desearos un feliz año 2018. Es imposible que únicamente os vengan cosas buenas, por lo que espero que tengáis la fuerza y la valentía necesaria para afrontar las malas, y que disfrutéis al máximo los momentos dulces de la vida. Y que estos sean muchos y variados. 
Voy abriendo la botella de champán (que no me gusta nada, pero la ocasión lo requiere) para brindar por otro año de amistad bloggera. Así que a vosotros os dedico el primer puesto de "Lo más mejor", que os lo habéis ganado a pulso 😉

Y por orden de importancia, aquí lo que el 2017 dejó atrás:

Cuando escribo (Una entrada sobre la manía de escribir)
Cuando escribo soy más yo. Me autodefino, me recorro a mí misma.
Cuando escribo me busco explicación, me ayudo a entenderme, a arrojar luz sobre mis misterios. Pero también cuando escribo ilumino partes de mí que me perturban, me contradicen en mis dogmas y principios, me demuestran que a veces ni sé explicar lo que soy, lo que existe en mí...




El clítoris, ese gran desconocido (una entrada sobre esa pieza de la anatomía femenina tan olvidada)

Siempre me hizo gracia cómo los chavales (chicos), a la edad de pupitres y pizarras, parecían tener una obsesión con sus genitales considerable. Recuerdo las risitas, las frecuentes referencias implícitas y explícitas, los dibujos en las mesas de estudio. Los penes han sido siempre una fuente de constante atención, una excusa para las bromas, para los comentarios jocosos, para la adulación de los grandes y la socarronería de los pequeños...





"La senda del perdedor". Hasta otra, señor Bukowski (una entrada sobre mi primera cita con el escritor)

No conocía personalmente al señor Bukowski, pero me habían hablado tantas veces de él, que era casi como si lo conociese de toda la vida. Sus supuestas frases célebres, sus novelas y poemas, su personalidad macarra y su esencia decadente hacían de él una leyenda viviente. 
Así que me sentí un tanto nerviosa cuando quedé para citarme con él. Siempre que estás a punto de hablar por primera vez con una persona de la que sabes tanto aún sin haber mediado palabra con ella, te asaltan mil y un pensamientos sobre qué partes serán ciertas y cuáles no, si tus suposiciones se verán corroboradas o si te llevarás una desilusión al comprobar que poco de lo que decían era real...




El talento es lo de menos (una crítica a la mediocridad de nuestros días)

Enciendes la radio y a tus oídos llegan los últimos temazos superventas. Los Malumas reggeatoneros machistas se pelean con las ensiliconadas Nikics Minaj por el ser número 1. Pero, que no cunda el pánico, los siguientes aspirantes en la lista también pueden lograrlo, ya que la calidad de sus canciones nada tiene que envidiar a las exitosas porquerías que han llegado a lo más alto.
Ante tus ojos aparecen también los bestsellers imprescindibles junto con el nombre del próximo "gran escritor del siglo XXI"...




Contradicciones (una entrada sobre:

esas mujeres que se enervan en voz alta contra el machismo un día, y al siguiente cuchichean sobre una por lo "puta", sobre aquella por lo "fresca" y sobre la otra por lo "zorra".

ciertos animalistas que se espantan ante el maltrato animal y la maldad humana, pero que no dudan en comportarse como "perros" con sus semejantes (puede que también animalistas, puede que no) cada vez que tienen la oportunidad.

muchos adeptos de dios que proclaman su moral religiosa a los cuatro vientos, van a misa los domingos y "luego el lunes son peor que Satanás", como rezaba aquella canción de Revolver.


diciembre 21, 2017

Cómo poner verde un libro: La masai blanca

No pretendo hacer de Grinch, lo juro. Sé que estamos en épocas festivas y que en teoría hay que desear paz, amor y prosperidad al prójimo, pero sabemos todos que la palabrería vana se nos da demasiado bien durante este período del año.
De hecho, yo soy de las opina que es mejor soltar esa mala leche que se nos puede acumular, para así recibir la Navidad con mejor cara. Y yo, en este caso, lo único que pretendo es poner verde un libro, ya que llevaba mucho tiempo sin hacerlo, y porque sabemos todos que rajar (criticar) es una necesidad humana que, en pequeñas dosis, resulta relajante y beneficiosa. 
Eso sí: no hago esta reseña sin justificación. Se puede decir que La masai blanca se lo ha buscado. Y mira que intenté dejar atrás mis prejuicios contra los bestsellers, pero a las pocas páginas, me reafirmé en mi pensamiento de que gran parte de los grandes éxitos del mercado literario siguen casi siempre la misma fórmula: argumento lineal, simpleza de estructura y en general baja calidad literaria, sobre todo en el desarrollo de los personajes.

De este modo, lo único que tiene de "especial" esta historia es que está basada en hechos reales -premisa que ya asegura unas cuantas ventas, incluso cuando dichos hechos pueden contener solo una pizquita de verdad-. Corinne Hoffman, la autora y protagonista, hizo un viaje a Mombasa en los 80 que le cambiaría la vida para siempre. En una de las excursiones que realiza, ella y su novio tienen la oportunidad de ver una tribu masai. Ambos se ven impresionados por esas alargadas figuras de piel negra y brillante, pero entre ellos, Corinne queda fascinada por Lketinga. Esos ojos oscuros y ese halo de misterio que envuelve a tan impresionante hombre serán el comienzo de lo que, según prometen, es una apasionante historia de amor más allá de las fronteras. 

Hay varias cosas que me chirrían de la novela, más allá de los predecibles tópicos que nos encontraremos ya con solo leer la frase anterior. En primer lugar, me sacaban de quicio los impulsos y la ingenuidad con la que actuaba Corinne. Abandonar toda su vida en Suiza sin pensar en las consecuencias de trasladarse a vivir con una tribu demuestra que sí, el amor a veces nos vuelve incautos y bastante estúpidos. Vamos a ver, yo entiendo que todos hacemos tonterías cuando estamos enamorados -a fin de cuentas, el amor es en cierto modo un estado de atontamiento-, eso es innegable. Más aún, puede que empatice hasta cierto punto con Corinne porque yo misma tuve una pareja procedente de un país muy diferente, pero, que me perdonen, nuestra protagonista se fuma un porro del amor demasiado grande. A ella no le importan las enfermedades, las costumbres ancestrales patriarcales, la inaccesibilidad del entorno, los animales salvajes merodeadores... No es que las distancias culturales y sociales sean muy grandes, sino que son insalvables, hecho que ella en ningún momento se plantea. ¿En serio no se veía venir que su historia estaba predestinada al más rotundo fracaso? 


En sí, lo que me fastidia es esa idea tan recurrida en este tipo de literatura sobre la fuerza indestructible del amor, que todo lo puede. Sacrificar absolutamente todo (país, costumbres, cultura, familia, amigos, estilo de vida, gustos personales) y de manera tan radical por la persona amada es, en mi opinión, un acto de suprema idiotez que en las obras de Shakespeare queda espectacular, pero que al trasladarse a la vida moderna semeja bastante absurdo. Corinne me hizo recordar a esos personajes femeninos simplones y estereotipados con horchata en las venas como Bella de Crepúsculo o Anastasia de 50 sombras de Grey, que, ohhh, están dispuestas a todo con tal de estar en brazos de sus hombres, no importa si estos son chupasangres paliduchos, sadomasoquistas azotadores-controladores, reggaetoneros machiruleros o pertenecen a los mundos de Yupi.

Sin embargo, es posible que algunos de estos aspectos los hubiese perdonado, si no fuese por la absoluta falta de chicha de la autora, puesto que cuenta todo a base de frases cortas y puntos y seguido con una monotonía que resulta desesperante. No consigues empatizar en absoluto con la protagonista porque el arrebato con el que supuestamente debería estar narrada la historia de su gran amor por un masai tienes que imaginarla tú. Vamos a ver, si a fin de cuentas se trata de una novela romántica, coño, dame magia, acción, sexo desenfrenado y todas esas cosas bonitas que me prometías en la sinopsis para hacerme cerrar el libro con la maravillosa milonga de que el amor todo lo puede, que es lo que una espera. En cambio, La masai blanca carece completamente de pasión narrativa y argumental, de personajes bien perfilados, de adornos descriptivos, convirtiéndose así en una lectura decepcionante que no provoca otra sensación más que el adormecimiento.

En suma, esta para mí ha sido una novela para olvidar, que además está totalmente sobrevalorada, como tantos otros bestsellers. Así que si estás buscando un libro para regalar estas navidades, te recomiendo que, si por casualidad te topas con este, lo dejes pasar de largo. A no ser que no aprecies mucho al destinatario del presente en cuestión... 
Dicho esto, os deseo muy felices fiestas, queridos lectores. Llenaros de literatura, pero, por favor, que sea de la buena.

Publicado el 21/21/2017


diciembre 15, 2017

En un minuto

A veces solo llegan 60 segundos para cambiar tu vida.

En ese minuto que dura el beso de presentación, el intercambio de formalismos y las miradas de atracción, caben varios latidos de corazón del que va a enamorarse en lo que tarda la aguja en dar una vuelta completa al reloj.
En ese breve, brevísimo espacio de tiempo te dan una noticia que puede hacerte saltar de júbilo, o dejarte abofeteado y aturdido por el dolor. A veces, incluso, en un minuto pueden pasarte las dos cosas y por ese orden, que jode más.
Pierdes el bus porque te has levantado un minutito más tarde, y por ende llegas también un minuto más tarde a la parada, y ya tu mañana la empiezas con mal pie. Por ese corto período puedes sufrir más esperas, más tráfico, más corre que no llego, más retrasos que te hacen alcanzar tu destino no uno, sino muchos minutos más tarde de lo debido. Y reza para que no sean horas.
En un minuto puedes tomar una mala decisión, y al siguiente comprobar los terribles resultados que, eso sí, durarán bastante más de 60 segundos. También puede que hagas una elección que te sacará definitivamente del atolladero, que te encauzará hacia la felicidad. El tic-tac del minutero puede tener un efecto dominó con tremendas consecuencias o un efecto mariposa de gran alcance en el espacio y el tiempo, según se tercie.
¿Qué más puede pasar en un minuto? Una caricia prolongada, una mirada fija en algo o alguien, un beso corto con promesas de alargarse, una explosión de sabores en tu boca, el canto del número de lotería que te hará rico, los 50 a 100 latidos del corazón (¡solo en reposo!), los veintipico parpadeos en tus ojos o los continuos nacimientos y las imparables muertes que se producen al contradictorio unísono en todo el mundo, son algunas de las infinitas posibilidades de ese lapso.
Y suena a poco, curiosamente. Nos parece que un minuto es una minucia del tiempo, una racanería del reloj, un insignificante trocito de nuestra vida, cuando resulta que tiene el poder suficiente como para cambiarlo todo de un momento a otro. Quién lo diría.


Publicado el 15/12/2017