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diciembre 31, 2017

2017: lo más mejor

Quiero empezar por el agradecimiento. Sé que es un discurso muy trillado, puede que algo repetitivo en estas fiestas, pero no por ello deja de ser necesario reutilizarlo en ocasiones como esta. En las despedidas hay que empezar por agradecer lo bueno, y para mí las mejores cosas de este 2017 en el blog han sido esos lectores que se han tomado la molestia de dedicar parte de su tiempo a leerme, a escucharme, a comentarme, a dejar un pedacito de sí mismos en cada entrada.
La esencia de un blog son sus lectores, no me cabe duda. Si no fuese por vosotros, Pienso, luego escribo sería el espacio caótico e intermitente de una loca hablando sola... Así que gracias por acompañarme, de corazón.



Dicho lo cual, solo me queda desearos un feliz año 2018. Es imposible que únicamente os vengan cosas buenas, por lo que espero que tengáis la fuerza y la valentía necesaria para afrontar las malas, y que disfrutéis al máximo los momentos dulces de la vida. Y que estos sean muchos y variados. 
Voy abriendo la botella de champán (que no me gusta nada, pero la ocasión lo requiere) para brindar por otro año de amistad bloggera. Así que a vosotros os dedico el primer puesto de "Lo más mejor", que os lo habéis ganado a pulso 😉

Y por orden de importancia, aquí lo que el 2017 dejó atrás:

Cuando escribo (Una entrada sobre la manía de escribir)
Cuando escribo soy más yo. Me autodefino, me recorro a mí misma.
Cuando escribo me busco explicación, me ayudo a entenderme, a arrojar luz sobre mis misterios. Pero también cuando escribo ilumino partes de mí que me perturban, me contradicen en mis dogmas y principios, me demuestran que a veces ni sé explicar lo que soy, lo que existe en mí...




El clítoris, ese gran desconocido (una entrada sobre esa pieza de la anatomía femenina tan olvidada)

Siempre me hizo gracia cómo los chavales (chicos), a la edad de pupitres y pizarras, parecían tener una obsesión con sus genitales considerable. Recuerdo las risitas, las frecuentes referencias implícitas y explícitas, los dibujos en las mesas de estudio. Los penes han sido siempre una fuente de constante atención, una excusa para las bromas, para los comentarios jocosos, para la adulación de los grandes y la socarronería de los pequeños...





"La senda del perdedor". Hasta otra, señor Bukowski (una entrada sobre mi primera cita con el escritor)

No conocía personalmente al señor Bukowski, pero me habían hablado tantas veces de él, que era casi como si lo conociese de toda la vida. Sus supuestas frases célebres, sus novelas y poemas, su personalidad macarra y su esencia decadente hacían de él una leyenda viviente. 
Así que me sentí un tanto nerviosa cuando quedé para citarme con él. Siempre que estás a punto de hablar por primera vez con una persona de la que sabes tanto aún sin haber mediado palabra con ella, te asaltan mil y un pensamientos sobre qué partes serán ciertas y cuáles no, si tus suposiciones se verán corroboradas o si te llevarás una desilusión al comprobar que poco de lo que decían era real...




El talento es lo de menos (una crítica a la mediocridad de nuestros días)

Enciendes la radio y a tus oídos llegan los últimos temazos superventas. Los Malumas reggeatoneros machistas se pelean con las ensiliconadas Nikics Minaj por el ser número 1. Pero, que no cunda el pánico, los siguientes aspirantes en la lista también pueden lograrlo, ya que la calidad de sus canciones nada tiene que envidiar a las exitosas porquerías que han llegado a lo más alto.
Ante tus ojos aparecen también los bestsellers imprescindibles junto con el nombre del próximo "gran escritor del siglo XXI"...




Contradicciones (una entrada sobre:

esas mujeres que se enervan en voz alta contra el machismo un día, y al siguiente cuchichean sobre una por lo "puta", sobre aquella por lo "fresca" y sobre la otra por lo "zorra".

ciertos animalistas que se espantan ante el maltrato animal y la maldad humana, pero que no dudan en comportarse como "perros" con sus semejantes (puede que también animalistas, puede que no) cada vez que tienen la oportunidad.

muchos adeptos de dios que proclaman su moral religiosa a los cuatro vientos, van a misa los domingos y "luego el lunes son peor que Satanás", como rezaba aquella canción de Revolver.


diciembre 21, 2017

Cómo poner verde un libro: La masai blanca

No pretendo hacer de Grinch, lo juro. Sé que estamos en épocas festivas y que en teoría hay que desear paz, amor y prosperidad al prójimo, pero sabemos todos que la palabrería vana se nos da demasiado bien durante este período del año.
De hecho, yo soy de las opina que es mejor soltar esa mala leche que se nos puede acumular, para así recibir la Navidad con mejor cara. Y yo, en este caso, lo único que pretendo es poner verde un libro, ya que llevaba mucho tiempo sin hacerlo, y porque sabemos todos que rajar (criticar) es una necesidad humana que, en pequeñas dosis, resulta relajante y beneficiosa. 
Eso sí: no hago esta reseña sin justificación. Se puede decir que La masai blanca se lo ha buscado. Y mira que intenté dejar atrás mis prejuicios contra los bestsellers, pero a las pocas páginas, me reafirmé en mi pensamiento de que gran parte de los grandes éxitos del mercado literario siguen casi siempre la misma fórmula: argumento lineal, simpleza de estructura y en general baja calidad literaria, sobre todo en el desarrollo de los personajes.

De este modo, lo único que tiene de "especial" esta historia es que está basada en hechos reales -premisa que ya asegura unas cuantas ventas, incluso cuando dichos hechos pueden contener solo una pizquita de verdad-. Corinne Hoffman, la autora y protagonista, hizo un viaje a Mombasa en los 80 que le cambiaría la vida para siempre. En una de las excursiones que realiza, ella y su novio tienen la oportunidad de ver una tribu masai. Ambos se ven impresionados por esas alargadas figuras de piel negra y brillante, pero entre ellos, Corinne queda fascinada por Lketinga. Esos ojos oscuros y ese halo de misterio que envuelve a tan impresionante hombre serán el comienzo de lo que, según prometen, es una apasionante historia de amor más allá de las fronteras. 

Hay varias cosas que me chirrían de la novela, más allá de los predecibles tópicos que nos encontraremos ya con solo leer la frase anterior. En primer lugar, me sacaban de quicio los impulsos y la ingenuidad con la que actuaba Corinne. Abandonar toda su vida en Suiza sin pensar en las consecuencias de trasladarse a vivir con una tribu demuestra que sí, el amor a veces nos vuelve incautos y bastante estúpidos. Vamos a ver, yo entiendo que todos hacemos tonterías cuando estamos enamorados -a fin de cuentas, el amor es en cierto modo un estado de atontamiento-, eso es innegable. Más aún, puede que empatice hasta cierto punto con Corinne porque yo misma tuve una pareja procedente de un país muy diferente, pero, que me perdonen, nuestra protagonista se fuma un porro del amor demasiado grande. A ella no le importan las enfermedades, las costumbres ancestrales patriarcales, la inaccesibilidad del entorno, los animales salvajes merodeadores... No es que las distancias culturales y sociales sean muy grandes, sino que son insalvables, hecho que ella en ningún momento se plantea. ¿En serio no se veía venir que su historia estaba predestinada al más rotundo fracaso? 


En sí, lo que me fastidia es esa idea tan recurrida en este tipo de literatura sobre la fuerza indestructible del amor, que todo lo puede. Sacrificar absolutamente todo (país, costumbres, cultura, familia, amigos, estilo de vida, gustos personales) y de manera tan radical por la persona amada es, en mi opinión, un acto de suprema idiotez que en las obras de Shakespeare queda espectacular, pero que al trasladarse a la vida moderna semeja bastante absurdo. Corinne me hizo recordar a esos personajes femeninos simplones y estereotipados con horchata en las venas como Bella de Crepúsculo o Anastasia de 50 sombras de Grey, que, ohhh, están dispuestas a todo con tal de estar en brazos de sus hombres, no importa si estos son chupasangres paliduchos, sadomasoquistas azotadores-controladores, reggaetoneros machiruleros o pertenecen a los mundos de Yupi.

Sin embargo, es posible que algunos de estos aspectos los hubiese perdonado, si no fuese por la absoluta falta de chicha de la autora, puesto que cuenta todo a base de frases cortas y puntos y seguido con una monotonía que resulta desesperante. No consigues empatizar en absoluto con la protagonista porque el arrebato con el que supuestamente debería estar narrada la historia de su gran amor por un masai tienes que imaginarla tú. Vamos a ver, si a fin de cuentas se trata de una novela romántica, coño, dame magia, acción, sexo desenfrenado y todas esas cosas bonitas que me prometías en la sinopsis para hacerme cerrar el libro con la maravillosa milonga de que el amor todo lo puede, que es lo que una espera. En cambio, La masai blanca carece completamente de pasión narrativa y argumental, de personajes bien perfilados, de adornos descriptivos, convirtiéndose así en una lectura decepcionante que no provoca otra sensación más que el adormecimiento.

En suma, esta para mí ha sido una novela para olvidar, que además está totalmente sobrevalorada, como tantos otros bestsellers. Así que si estás buscando un libro para regalar estas navidades, te recomiendo que, si por casualidad te topas con este, lo dejes pasar de largo. A no ser que no aprecies mucho al destinatario del presente en cuestión... 
Dicho esto, os deseo muy felices fiestas, queridos lectores. Llenaros de literatura, pero, por favor, que sea de la buena.

Publicado el 21/21/2017


diciembre 15, 2017

En un minuto

A veces solo llegan 60 segundos para cambiar tu vida.

En ese minuto que dura el beso de presentación, el intercambio de formalismos y las miradas de atracción, caben varios latidos de corazón del que va a enamorarse en lo que tarda la aguja en dar una vuelta completa al reloj.
En ese breve, brevísimo espacio de tiempo te dan una noticia que puede hacerte saltar de júbilo, o dejarte abofeteado y aturdido por el dolor. A veces, incluso, en un minuto pueden pasarte las dos cosas y por ese orden, que jode más.
Pierdes el bus porque te has levantado un minutito más tarde, y por ende llegas también un minuto más tarde a la parada, y ya tu mañana la empiezas con mal pie. Por ese corto período puedes sufrir más esperas, más tráfico, más corre que no llego, más retrasos que te hacen alcanzar tu destino no uno, sino muchos minutos más tarde de lo debido. Y reza para que no sean horas.
En un minuto puedes tomar una mala decisión, y al siguiente comprobar los terribles resultados que, eso sí, durarán bastante más de 60 segundos. También puede que hagas una elección que te sacará definitivamente del atolladero, que te encauzará hacia la felicidad. El tic-tac del minutero puede tener un efecto dominó con tremendas consecuencias o un efecto mariposa de gran alcance en el espacio y el tiempo, según se tercie.
¿Qué más puede pasar en un minuto? Una caricia prolongada, una mirada fija en algo o alguien, un beso corto con promesas de alargarse, una explosión de sabores en tu boca, el canto del número de lotería que te hará rico, los 50 a 100 latidos del corazón (¡solo en reposo!), los veintipico parpadeos en tus ojos o los continuos nacimientos y las imparables muertes que se producen al contradictorio unísono en todo el mundo, son algunas de las infinitas posibilidades de ese lapso.
Y suena a poco, curiosamente. Nos parece que un minuto es una minucia del tiempo, una racanería del reloj, un insignificante trocito de nuestra vida, cuando resulta que tiene el poder suficiente como para cambiarlo todo de un momento a otro. Quién lo diría.


Publicado el 15/12/2017



noviembre 23, 2017

"Hasta los huesos": la batalla contra el cuerpo

A las personas como Ellen la comida les produce pavor. El plato lleno de alimentos, sea cuales sean, se les antoja un abismo de ansiedad que las paraliza. Llevarse un bocado a la boca, incluso de la comida más deliciosa, supone una tortura que activa el terror más profundo en la mente de quienes están obsesionados con su peso. 
Porque lo que quieren las personas como Ellen, las personas que sufren anorexia, es llegar hasta los mismísimos huesos y que su piel se funda con ellos hasta hacerse invisible.

¿Cómo lo haces? Pregunta Ellen a un compañero del centro de rehabilitación en el que se encuentra. ¿El qué? Pregunta él. A lo que ella responde: comer.
Esa es la gran pregunta de los internos que, como la protagonista, sufren un trastorno alimentario que se manifiesta a través de las manías más extrañas y desconcertantes: contar las calorías exactas de un planto, saborear un alimento sin llegar a tragárselo, conformarse con oler el envoltorio de una chocolatina... Todo con tal de evitar un hábito tan indispensable como respirar.
Ellen llega a este lugar gracias a un programa especial del Dr. Beckham, en el que tendrá que convivir en una casa con 6 personas que comparten precisamente esta condición. Todos ellos son personajes que muestran las distintas causas y consecuencias que "el miedo a comer" puede ocasionar en las personas. 

Como es de esperar, esta es una película de esas que nos dan un bofetón de realidad. Porque nos recuerda, una vez más, que vivimos en una sociedad enferma en la que, solo en España, se detectan alrededor de 80.000 casos de anorexia al año, donde, además, un gran porcentaje está compuesto por mujeres de entre 14 y 24 años.
Y entre las causas del problema, como siempre complejas, resalta ese culto a la delgadez que se transmite como un bombardeo frenético en los medios de comunicación y las redes sociales, esa malsana obsesión por el cuerpo que en algunos casos se convierte en una nefasta enfermedad.



Sin embargo, una de las cosas que más me gustó de Hasta los huesos es que denuncia este creciente problema con la dosis justa de dramatismo, pues en ella los momentos duros se turnan con pequeños escapes de risas y mensajes de esperanza que la hacen una película cruel, pero extrañamente enternecedora. La interpretación física y psicológica de todo el reparto es fantástica, aunque especialmente la de Lilly Collins, que hace que su personaje nos llegue a nosotros también hasta los huesos. Sin embargo, es cierto que se deja muchas cosas en el tintero, como los métodos de propagación en internet (los conocidos como blogs de Ana y Mia, por ejemplo), las secuelas físicas, la presión social de estar delgada que transmiten los medios y la moda, etc., ya que son aspectos que se dejan intuir sin profundizar verdaderamente en ellos. 

Pero, a pesar de todo, yo creo que esta cinta es principalmente una forma de aproximarnos con más conocimiento y menos prejuicio a las enfermedades de la mente. Sí, porque los trastornos como la anorexia o la bulimia no son más que eso. Lo batalla contra el cuerpo, simplemente, viene después. 

Publicado el 23/11/2017


noviembre 06, 2017

Presione F5

F5 es la tecla del ordenador que sirve para refrescar, actualizar, recargar, volver a empezar. 
¿Se imaginan una techa F5 gigante, que se pudiese presionar cuando necesitamos recargar esa página de la vida en la que nos hemos quedado atascados?

Para cuando estás hasta los mismísimos, cansado, frustrado, agotado, F5
Para cuando quieras ahuyentar fantasmas del pasado y que dejen de perseguirte los fracasos de ayer, F5
Para un amor que se rompe, que no te llena, que te quema, F5
Para cuando la has cagado y el error te hace darte de bruces contra el suelo, F5
Para las caras largas, las noches de insomnes preocupaciones, las discusiones absurdas, los celos inventados,  las frustraciones buscadas, las expectativas sin cumplir, los peros que son pequeños pero que imposibilitan, los nos rotundos, los "vuelva otro día", los diagnósticos diferenciales, los kilos de más, las calamidades del telediario, los planes cancelados, los desengaños, las rutinas mortales...
Para todos ellos, las mismas sencillas instrucciones: Presione F5

F5, F5, F5




Publicado el 6/11/2017


octubre 30, 2017

"La vegetariana": la locura de la carne

El veganismo es, en escuetas palabras, un estilo de vida en el que se abandona totalmente el consumo de cualquier producto de origen animal. Pero cuando Yeonghye decide dejar de comer carne, no lo hace únicamente por motivos morales, de respeto hacia los animales, sino que algo la lleva a entender que en la carne se esconde lo monstruoso de la vida, lo inhumano, lo violento.

Este hecho lo sabes antes de empezar el libro. No obstante, el estar sobre aviso no significa que La vegetariana vaya a ser más llevadero o más fácil de digerir. En primer lugar, porque Yeonghye no habla por sí misma. Hablan por ella su marido, que la considera un ser frío, distante y con el que se casó por conveniencia, tal vez por comodidad. Sus palabras quedan silenciadas también por su cuñado, un artista obsesionado con el cuerpo de la protagonista, con esa mancha mongólica en su piel que, curiosamente, parece una flor, y que está dispuesto a todo con tal de encontrar la belleza en la realización de su obra. Y por ella habla asimismo su hermana mayor, que a pesar de no entender los motivos de Yeonghye para dejar de consumir carne, la acompaña fielmente en ese duro camino de paredes blancas y sondas intravenosas en el que se adentra cuando su cuerpo rechaza ya cualquier tipo de alimento.

Entonces, si Yeonghye nunca se explica a sí misma, si la tachan de loca, de enferma, de inconsciente, ¿cómo no juzgarla? ¿Cómo entender sus motivos? ¿Cómo discernir si su deseo de dejar la carne en es realidad un manifiesto de rechazo ante lo sanguinario de la existencia o sencillamente se trata del desvarío absurdo de una mujer que quiere transformarse en vegetal (literalmente)?
Dice la propia autora, Han Kang, que esta novela es una pregunta imposible, pues a esa mujer que no habla y a la vez es el centro de la historia un buen día deja de importarle si vive o muere, ya que tan solo quiere dejar de formar parte de la humanidad. La escritora afirma que ella únicamente quería saber cuáles serían las consecuencias de la decisión que toma Yeonghye. Y al final las sabemos, claro.

Han Kang (Seúl, 1965)
Para mí, por tanto, también es difícil dar una respuesta precisa sobre esta lectura, sobre si me ha gustado y la he entendido, o todo lo contrario. La locura de la carne, es decir, el consumo de alimentos de origen animal (y lo digo yo que soy carnívora) es tan solo la excusa, la punta del iceberg de esta novela en la que se pone en cuestionamiento el matrimonio, el sexo consentido y el que no, las relaciones familiares y las convenciones a las que uno se somete para que no lo califiquen de chiflado. Así que cuando vemos a Yeonghye traspasar todas esas fronteras y elegirse a sí misma por encima de los demás, automáticamente pensamos que es ella la loca. Pero ¿y si no es así?


Publicado el 30/10/2017

octubre 23, 2017

El talento es lo de menos

Enciendes la radio y a tus oídos llegan los últimos temazos superventas. Los Malumas reggeatoneros machistas se pelean con las ensiliconadas Nikics Minaj por el ser número 1. Pero, que no cunda el pánico, los siguientes aspirantes en la lista también pueden lograrlo, ya que la calidad de sus canciones nada tiene que envidiar a las exitosas porquerías que han llegado a lo más alto.
Ante tus ojos aparecen también los bestsellers imprescindibles junto con el nombre del próximo "gran escritor del siglo XXI". Promesas de una prosa exquisita y una historia muy humana con unos personajes que dejan huella en el lector se diluyen al instante en cuanto pasas las primeras páginas, pues esa calidad literaria que tanto auguraban se pierde entre una narración plana, unos personajes ridículamente estereotipados y un argumento tan previsible y poco original que te dan ganas de quemar el libro en una hoguera. *Para más información, léase a Coelho y compañía. 



Pasas de canal en busca de algo que ver, y de repente te aparece en pantalla una Kardashian que tan solo por mostrar las excentricidades de un trasero grotescamente descomunal y unos morros henchidos de bótox se gana millones, mientras que los que se parten el lomo día sí y día también cada vez lo tienen más jodido para llegar a fin de mes. 
Es entonces cuando buscas en Youtube algún vídeo que tenga algo más interesante que ofrecer. Tonto de ti, claro, que justo vas a meter las narices en esa fauna de youtubers-niñatos que se creen líderes de opinión y que ganan tanto dinerito como visitas tiene su último gran vídeo, en el que se dedican, cómo no, a contar única y exclusivamente soberanas gilipolleces.
Ya ni te digo en Instagram o Facebook, esas grandes plataformas donde los egos de los graciosillos sin gracia, las reinas del Photoshop y los charlatanes que hablan de todo sin tener ni idea de nada crecen a ritmo vertiginoso con cada nuevo like, la droga más potente de nuestra era. 

Y todo este circo en el que se ha convertido nuestra sociedad se debe a que la meritocracia ya no está de moda. Aquí lo importante es vender, ganar visitas, ser el amo de los me gusta. Da igual si no cantas bien ni el cumpleaños feliz, si escribes igual que un niño de primaria o si te dedicas a grabarte a ti mismo hurgándote la nariz, ¡porque el talento es lo de menos, my friend!

Publicado el 23/10/2017

octubre 16, 2017

Queman Galicia

Qué triste es despertar con el olor a quemado de una tierra verde convertida en ceniza.
Galicia no arde, a Galicia la queman.

Adeus ríos, adeus montes... 
Pero el poema de Rosalía no decía así...



octubre 11, 2017

"La insoportable levedad del ser": amor, cuernos y otras desdichas voluntarias

Que el amor duele es una perogrullada como un pino. Pero, a decir verdad, tengo mis dudas con eso de que el amor tiene que ser necesariamente doloroso, porque, con frecuencia, me da la sensación de que duele porque así lo queremos. A veces no es más que terquedad, masoquismo y falta de amor propio. Más aún, tengo la impresión de que a muchos les han hecho creer que el amor es más bonito cuanto más se sufre, cuanto más se arrastran y cuanto más daño se hacen a sí mismos. 
Esa extraña belleza de ser un mártir por amor es lo que ha llevado a muchas personas a tener una vida sentimental llena de frustración. Así lo he comprobado con muchos conocidos, alguna vez conmigo misma, pero sobre todo con una de las protagonistas de La insoportable levedad del ser. Teresa, ay Teresa, que ama a Tomás con todo su ser, a pesar de que este le pone los cuernos día sí y día también. Y ella lo sabe, y ella se muere de celos, pero no puede vivir sin él. 

Y Tomás la quiere, también, en teoría. Porque para mí la teoría del amor dice que en la práctica la infidelidad no es un síntoma de querer, pero oye, cada quien sabrá. Y en medio de los sinsabores de esta relación, está Sabina. Una artista bohemia, de alma libre y corazón dadivoso, que se acuesta con Tomás. Y después, al otro lado de la cama de Sabina, está Franz. Casado, con una hija, idealista y enemigo de las responsabilidades.

Cuando hago reseñas de libros, muchos me comentáis que vuestras listas de pendientes no paran de crecer por mi culpa. Bueno, despreocuparos, porque en esta ocasión no será así. No, no es que vaya a hacer un juego de palabras fácil por lo de insoportable, puesto que esta lectura no me resultó tal. Sí me ha decepcionado en muchos sentidos, ya que me da rabia la falta de amor propio de Teresa, el egoísmo de Tomás, la desconsideración de Sabina, el idealismo disparatado de Franz. Pero también me ha gustado por la belleza de la narración, por la presencia de lo onírico, por lo realista de muchas situaciones y reflexiones que el autor checo Milan Kundera deja plasmadas en este libro donde hay espacio para lo sociopolítico y para la descripción de unas tumultuosas relaciones humanas en medio del ambiente de crispación que precedió a la Primavera de Praga. 

Así que si me preguntáis por el tema central de esta obra, no podría daros una única respuesta. Porque, al final, La insoportable levedad del ser no es solo una novela de amor. Es una historia sobre Historia, sobre conflictos bélicos y personales, sobre la vida, las relaciones familiares e incluso los animales con fragmentos memorables ante los que te dan ganas de aplaudir. El problema del libro, en mi opinión, es que a Kundera se le fue la mano con las dosis de filosofía al crear esta amalgama de todo y de nada. Ya se sabe que al filosofar hay que tener cuidado, puesto que se puede caer en el absurdo y la pretensión, y al final, el que mucho abarca, poco aprieta...
Perdón, me acabo de dar cuenta de que he cometido un error de contradicción, afirmando que esta no solo era una historia de amor. Siento discrepar con Teresa, Tomás, Sabina, Franz y puede que con muchos lectores que conozcan la novela, pero lo que había entre ellos no era más que una complicada y enmarañada red de desdichas voluntarias. De amor, nada.

Publicado el 11/10/2017







octubre 04, 2017

La página en blanco

De pronto vi ese vasto espacio blanco ante mí. La nada se desplegaba en todas direcciones esperando a que la llenase. ¿Con qué? Con algo, algo, algo. 
Un sudor frío me recorrió la espalda, me temblaban ligeramente las manos y mi corazón se aceleró en cuestión de segundos. Había una sopa de letras revolviéndose en mi cabeza, pero ninguna de ellas parecía formar palabras coherentes, sino conjuntos que no decían nada. 
Venga, el comienzo es siempre lo más difícil, ¿verdad? Una vez que empiezas ya todo va sobre ruedas, ya la tinta se desliza sola, ya los dedos corren ágiles aporreando el teclado...

Pero esta vez no iba a ser así, y lo sabía. Ese blanco pulcro de la hoja me cegaba, bloqueando los colores vívidos de mi candente imaginación, que se apagaba sin remedio bajo la madera mojada de una desesperación que cada vez era más incontrolable. Vi que, de tanto asfixiar el bolígrafo, se me había muerto en las manos. Intenté entonces con el teclado, pero aquellas letras mudas acabaron por matarme con su brutal silencio. Y en aquella maldita pantalla se reflejaba todo el brillo de mi fracaso, así que cerré la tapa del ordenador con rabia.


Nada. ¿Cómo era posible? De un momento a otro, esa luz incandescente de mi mente se había oscurecido, esa puertecita que me conectaba a un universo en ebullición, lleno de seres, voces, anécdotas e historias que contar se había cerrado de golpe. Y no había llave que la abriese de nuevo.
Me tumbé en la cama, derrotada. Cerré los ojos, pero aquella hoja virgen, blanquísima, se colaba entre mis párpados como una aparición. Volví a abrirlos, y acto seguido un pensamiento claro, obvio, me golpeó con fuerza. Mis sospechas se transformaron en confirmaciones, en realidades indiscutibles que me llenaron de un terror frío: tenía el síndrome de la página en blanco.

Como era ya de noche, apagué las luces y me protegí de mi propio miedo bajo las sábanas. Intenté sepultar en mi mente los pensamientos catastrofistas que intentaban dominarme, pero sabía que no podía engañarme a mí misma. Ya llevaba demasiados días, tal vez semanas, sin escribir una miserable palabra. Al principio lo había achacado al cansancio, la rutina, la falta de tiempo... Pero ahora estaba claro que el problema era mucho más grave.

Mañana llamo al médico para que me recete algo, pensé. Me concentré en dormir, pues sabía que, de caer finalmente en brazos de Morfeo, cabía la posibilidad de soñar. Y para mí los sueños eran siempre una fuente inagotable de inspiración.
Al final, tras varias horas, el cansancio me venció. Viajé hasta mi subconsciente esperanzada en busca de esa puerta cerrada. La encontré, sí. La abrí, sí. Pero únicamente me topé con una enorme, inmaculada y monstruosa página en blanco que me hizo huir despavorida.
Solo el estruendo del despertador pudo sacarme de aquella pesadilla.

Publicado el 4/10/2017



septiembre 29, 2017

"Buenos días, guapa". Dos Alemanias, miles de mujeres

No sé si Maxie Wander (foto izquierda) comenzaba todas sus entrevistas con un Buenos días, guapa. Tampoco sé con exactitud qué la llevó a escuchar a tantas mujeres para después reescribir sus historias. Según ella, lo que la movía era un fuerte interés por saber cómo vivían su vida las 19 protagonistas de este libro, en el que sus testimonios narrados en primera persona nos acercan a esa Alemania divida en dos donde confluían tantas miles de voces, sobre todo femeninas. 

En consecuencia, mientras vas leyendo las experiencias íntimas y personales de profesoras, amas de casa, médicos, madres primerizas, jóvenes enamoradas, escépticas del amor, mujeres ambiciosas o conformistas y un sin fin de etcéteras, obtienes la sensación de que todas ellas tienen algo en común. A pesar de las diferencias sociales, generacionales y de caracteres que cada una defiende a su manera, es fácil darse cuenta de que todas ellas llevaban demasiado tiempo reprimiendo un fuerte deseo de hablar. Sí, de hablar. Porque Buenos días, guapa es una pequeña muestra de un momento de convulsión, de destape femenino (figurado y literal) en el que, por primera vez, son ellas las que tienen la palabra. 

Así que tal vez Maxie Wander vio en aquel momento de transición una oportunidad ideal para dejar constancia de esos nuevos gritos que sonaban cada vez más fuertes y que exigían el derecho a hablar, decir y opinar de los 19 nombres impresos en las páginas de este libro. ¿Quiere decir esto que todas estas mujeres pugnaban por una libertad colectiva? ¿Que todas ellas se mostraban rebeldes y subversivas? ¿Que el mensaje último de la obra es puramente feminista? No, no necesariamente, pues, insisto, lo que buscaban a través de su testimonio era ofrecer su yo, su mirada particular sobre el sexo, la maternidad, la vida laboral, el matrimonio y la política, aunque se contradijesen unas a otras. En definitiva, tan solo querían deshacer el silencio. 

Es verdad que mucho se ha escrito sobre nosotras. Que dijimos, decimos y aún tenemos mucho que decir. Este libro, escuchado y escrito por Wander en la RDA de los 70, es solo una prueba más, puede que no la mejor ni la más sorprendente, pero no por ello carente de importancia. Al fin y al cabo, es bueno recordar que despertar con un "buenos días, guapa" de poco nos sirve si el resto del día no nos quieren -ni nos saben- escuchar. 


Publicado el 29/9/2017


septiembre 25, 2017

El síndrome de Rosalía


De Rosalía de Castro dicen que fue una mujer taciturna, depresiva, melancólica. Sufría una enfermedad del alma que la mantenía en un estado de continua aflicción y ojos alicaídos que se convirtieron en un símbolo característico de la literatura gallega. Quién sabe si dicho sentimiento, mezclado con la frustración de una pluma que, por femenina, no podía escribir libremente, fue el que despertó su inspiración más profunda, sus negras sombras que la perseguían allá a donde iba. 

Pero no es que Rosalía fuese una mujer triste, simplemente. Lo que acuciaba a la escritora gallega era en realidad un miedo terrible a la felicidad. Pensaba, ahogada por el peso de la melancolía, que los momentos de regocijo tendrían consecuencias nocivas garantizadas. Que una sonrisa se pagaría más tarde con cientos de lágrimas, que la alegría traería detrás de sí un castigo doloroso por haber osado traspasar los márgenes grises de la tristeza. De este modo, Rosalía vivía presa de una pescadilla que se mordía una cola cargada de perpetua amargura. 

A pesar de ser una mujer también combativa y de ideas fuertes -aspecto del que se habla menos de lo debido-, la poetisa se vio despojada de su derecho a ser feliz por ese síndrome apesadumbrado que la acompañó durante la mayor parte de su vida.
Recuerdo lo sorprendida que quedé al enterarme en aquella clase de literatura de ese "Complejo de Polícrates" del que supuestamente era víctima. Tal vez la ingenuidad de la adolescencia me hizo pensar entonces que Rosalía se amargaba la existencia porque quería, la pobre. 

Sin embargo, con el tiempo empecé a entender que había juzgado muy dura e injustamente a la escritora. Porque, mirándolo fríamente, El síndrome de Rosalía es un mal mucho más común de lo que parece. Cuántas veces esa enfermedad se manifiesta de manera tal vez volátil o efímera, pero reincidente, en esos momentos en los que sospechas que la alegría y la tranquilidad pueden preceder alguna tormenta. Esas ocasiones en las que dejas de disfrutar, en las que te empeñas en acortar la felicidad con dosis de absurda preocupación, de problemas inventados y de sufrimientos voluntarios.

Nadie le teme a ser feliz, al menos en principio. Pero lo extraño del caso es que con frecuencia me he sorprendido a mí misma acelerándome hacia ese abismo de sospechas porque todo va bien, a ese temor a que lo bueno esconda algo malo justo después. No obstante, a Rosalía hay que perdonarle el absurdo de su enfermedad. A los demás, creo yo, nos sobran pastillas de carpe diem como para permitirnos el lujo de asustarnos por la infelicidad tanto tiempo antes de que llegue, si es que llega. 


Publicado el 25/9/2017 


septiembre 18, 2017

Trump. Ensayo sobre la imbecilidad

Lo que me leéis con frecuencia, sabéis que este blog no tiene una temática fija. Me gusta hablar de todo un poco, siempre y cuando sean cosas que me apasionan. No obstante, desde el mismo momento en que creé este espacio, me prometí que la política jamás sería ni mínimamente nombrada, primero porque es un tema que no me interesa en lo absoluto; segundo, porque creo que no viene a cuento en un blog como este, y tercero, porque las discusiones y debates que se crean en torno a ella me resultan, en la mayoría de los casos, una completa pérdida de tiempo.

Así pues, ¿por qué narices estoy haciendo a Mister Trump el protagonista de esta entrada? En primer lugar, porque aquí se habla con asiduidad de libros, y yo vengo a dar mi opinión sobre el ensayo de Aaron James titulado Trump. Ensayo sobre la imbecilidad. En segundo lugar, porque no voy a centrarme en el aspecto político, sino en el social y antropológico de este interesante tratado del filósofo estadounidense antes mencionado. Y, por último pero no menos importante, porque tengo ganas de dejar constancia de que considero a Trump un imbécil integral.



El caso es que, como bien comenta James, parece existir unanimidad a la hora de clasificarlo como tal. Da igual de qué lado estés, pues todo el mundo parece ser consciente de que la imbecilidad es un rasgo definitorio de este hombre. La diferencia está en que unos lo aman y otros lo desprecian por ello. Sin embargo, ¿a qué nos referimos con el adjetivo imbécil? En palabras del autor, el imbécil es ese individuo, normalmente de género masculino, que "se permite ventajas particulares en las relaciones sociales, que se cree con derechos especiales y que se siente inmune a las quejas del prójimo". La definición que James va desarrollando a lo largo del ensayo es convincente, sin duda.

Todos los imbéciles que he conocido en mi vida parecían en verdad creerse dotados de algún tipo de privilegio que los situaba por encima de los demás. En el caso de Trump, puede que su condición de empresario ricachón lo haya llevado a un falso pedestal desde el que ahora domina uno de los países más ricos del mundo, con todas las consecuencias catastróficas que eso conlleva.

Sin embargo, a mí lo que me apasiona realmente de este personaje es su capacidad de espectáculo. Porque, reconozcámoslo, Trump es un showman sin competencia. Cuando no hace enfadar con sus comentarios machistas, racistas, groseros o descalificativos, hace reír por las burradas y payasadas de las que es protagonista cada vez que abre la boquita. Prueba de ello son los numerosos memes que han inundado Internet desde el momento en que empezó a ganar popularidad. Entre ellos, uno de mis favoritos:



Así, Aaron James reflexiona sobre la capacidad de Trump para engatusar a su público, no a través del embuste ni de la demagogia, ya que el actual presidente puede permitirse el lujo de decir mentiras tan gordas y obvias como quiera, que sus seguidores se lo perdonan igualmente. Pero, lo verdaderamente interesante del caso, es que a este hombre no solo su encanto lo convirtió en el Presidente de Estados Unidos. No, lo que hizo de su melena oxigenada y su tez zanahoria símbolos inconfundibles ha sido su poder para tranquilizar a sus votantes, sus promesas de restablecimiento del orden y la seguridad. Es un viejo juego político que ha funcionado en casi todos los países y todos los períodos históricos que Mr. Trump ha sabido utilizar muy bien. La promesa de que todo volverá a ser como antes si las cosas se hacen como se tienen que hacer, por la persona que las tiene que hacer.

Y esa es, precisamente, la idea más perturbadora de esta lectura, en mi opinión. Es ese miedo que hace a la gente tan manipulable el que ha llevado a Trump a la presidencia, el que lo ha dotado de un poder que, cree él, lo hace imparable. Y lo peor es que la osadía de su orgullo desmedido la pagaremos todos con total seguridad.
James escribió un ensayo interesantísimo en el que se mezcla lo social con lo político y hasta lo filosófico. Su análisis es contundente, sus soluciones razonables, pero se le olvidó mencionar que Donald ha logrado salirse con la suya a través de un empeño y una cabezonería que lo han llevado peligrosamente lejos.
Porque imbécil no es sinónimo de tonto, no se confundan.


Publicado el 18/9/2017



septiembre 14, 2017

"La primavera romana de la Señora Stone". Amor joven, mujer madura

Ir a la deriva es una sensación que todo ser humano ha experimentado alguna vez en su vida. Es ese extraño sentimiento de saber que estás perdiendo algo de ti mismo, que la corriente te lleva hacia una dirección desconocida y posiblemente hostil. Sin embargo, no pareces querer luchar lo suficiente contra esa marea, pues sabes que sería inútil. O, por otro lado, puede que estés tan inmerso en ese mar de falsa felicidad, que sencillamente prefieres morir ahogado. 

Karen Stone, la protagonista de esta historia, es una actriz venida a menos que está dejándose llevar, que navega sin rumbo fijo entre su deseo de libertad y la presión de los convencionalismos. Ha dejado tras de sí una carrera brillante, llena de éxitos y lujos; un marido recientemente fallecido y un país donde se cumplió su sueño americano particular. Ahora es una mujer madura que conserva la elegancia y el estilo, aunque simultáneamente es señalada por una sociedad que la considera demasiado mayor como para salir con Paolo, un joven y apuesto italiano que la desea no por lo que es, sino por lo que significa: bienes materiales, poder, prestigio, popularidad. 

Lo curioso del caso es que Karen, en un momento dado, declara que prefiere que no la deseen en absoluto antes de que la deseen por lo que tiene. Sin embargo, ahí está ella, disfrutando del placer efímero de esa inmensa contradicción en la que ha caído. Tiene además el problema de ser una mujer que ya no es dueña de una juventud física, pero que sí posee la chispa de la curiosidad y la necesidad de disfrute de cualquier joven. 
Lo que llueve sobre Karen, cómo no, son los juicios de valor, la condena por una supuesta actitud reprobable, las críticas de doble rasero. Mujer viuda, madura, adinerada y enamorada alguien de menos edad... Me pregunto de repente cómo cambiaría el cuento si Mrs. Stone hubiese sido un hombre. No obstante, esta no es una historia sobre supuestos, sino sobre realidades mucho más complejas que las que acabo de exponer.

Warren Beatty y Vivien Leigh en la
versión cinematográfica del 61

Tennessee Williams escribió grandes obras de teatro (algún día hablaré de ellas), pero le bastó una primera y última novela para demostrar que también poseía un enorme talento para la narrativa. La prueba está en esta obra tan llena de simbolismo y melancolía donde se enlata un mensaje que va calando en el lector en apenas unas pocas páginas. Es por ello que, al terminar, te encuentras de pronto muy sorprendida. Porque sin darte cuenta has aprendido mucho sobre el pavor a envejecer, el temor a la soledad, lo relativo de la vejez y la celeridad de la juventud. Y, allá, de fondo, puedes apreciar la hipocresía de quienes solo son capaces de ver la situación desde fuera. 

Así que, para cuando terminas de acompañar a Karen por su viaje a la deriva, has pasado por su lucha contra el qué dirán, por su apego a un amor falso y vacío y por su miedo a una derrota que empieza con la vejez y que acaba, como bien sabemos todos, con la muerte. Has estado mirando a la protagonista navegar sin rumbo fijo, a sabiendas del peligro que ello suponía. Pero, ¿quién de los dos es más culpable?

Publicado el 14/9/2017


septiembre 07, 2017

El huevo, la gallina, o la experiencia laboral

Con ritmo vertiginoso, estudias una carrera, te especializas, abandonas tus años universitarios con una fuerte sensación de morriña, y decides que, aunque te quieres dedicar a la educación, no te apetece afrontar una oposición. No todavía. Ya sabes cuál es tu vocación, pero tienes necesidad de probar, de encontrar el sitio adecuado, de ganar esa experiencia que es más ansiada por los que ofrecen trabajo que por los que lo buscan. Qué caray, tantos años con el trasero pegado al asiento y los codos anclados a los libros han sido suficientes, al menos de momento.

No obstante, ya mucho antes de entrar en ese universo aterrador de la tal llamada vida laboral, a todos los jóvenes nos ponen una especie de chip en la cabeza que se activa automáticamente desde los inicios de los estudios, augurándonos un futuro profesional inexistente o muy precario. En el mundo en general, y en España en particular, la cosa está jodida. Esa es la frase que se lleva repitiendo durante casi una década desde que estalló la crisis económica, y no sin razón.

Aunque unas carreras han sufrido más que otras el impacto de los desajustes económicos, en todos lados se escuchan leyendas de lo difícil que es encontrar trabajo, especialmente uno relacionado con esos estudios que tantos sudores te han costado. Las ofertas y las oportunidades tan escasas han hecho que muchos jóvenes con cualificaciones brillantes hayan tenido que hacer las maletas y largarse en busca de un curro en condiciones. Triste, pero cierto.

Es por ello que, cuando terminas todos tus estudios y decides salir a probar suerte, te invade inmediatamente una especie de negatividad. El chip se reactiva con más fuerza que nunca para recordarte que lo vas a tener muy difícil, que no te contratarán ni en tu casa por ser un novatillo sin experiencia. Porque lo curioso es que te quieren joven y lozano, pero con los conocimientos y la pericia de un veterano, cayendo de ese modo en una especie de contradicción que te hace preguntarte qué habrá sido primero, si el huevo, la gallina, o la experiencia laboral.

Así que, justo cuando crees que tú también debes ir sacando los billetes a un lugar frío y lejano, pero más agradecido y prometedor, la suerte te sorprende. O, más bien, tu esperanza y tus ganas de intentarlo. Y es que, curiosamente, los inexpertos tenemos una pequeña ventaja: salimos más baratos a la glotona seguridad social. Ese es, al menos en mi campo (no se olviden que solo hablo de lo que sé: educación e idiomas) uno de los motivos por los que la situación no es tan negra, después de todo.



Por esta razón, te sorprendes tanto cuando, tras esa temida primera entrevista de trabajo para una academia en la que pensabas que tu escueto currículo no conquistaría a nadie, recibes esa grata, gratísima noticia de que has sido elegida. Alguien ha decidido darte una oportunidad, y a partir de entonces sabes que lo darás todo para merecerla. Porque te han dado un pase para el mundo laboral, y tú tienes que aprovechar, exprimir, estrujar y agotar esa breva que sí ha caído y que además marca el comienzo de una etapa nueva y muy significativa.
De pronto me hago adulta y nadie que me lo avisa.

Y ustedes, lectores, ¿recuerdan su primera experiencia laboral?

Publicado el 7/9/2017


septiembre 01, 2017

La seducción: entre la lujuria y el thriller

No había visto nada aún de Sofia Coppola. Pero, pensé, un nombre de renombre en el cine tiene sus porqués, así que decidí que empezar la casa por el tejado no tendría por qué ser un problema. Es verdad que tal vez hubiese sido mejor aguantarme las ganas y comenzar por el principio, por ese título de Lost in Translation que al parecer se ha ganado el respeto del público y la crítica. Pero el miércoles era el día del espectador, y ¿cómo decir no a una entrada a mitad de precio, en estos tiempos que corren?



Coppola nos transporta a la Guerra Civil norteamericana, en un entorno que recuerda inevitablemente a esos paisajes de la idílica Lo que le viento se llevó en los que la valiente Scarlett O'Hara se paseaba tan dueña de sí misma. No obstante, poco a poco comienzas a darte cuenta de que en esta cinta de reparto mayoritariamente femenino, no hay espacio para ninguna heroica Escarlata con la melena al viento. Lo que encontramos en cambio es a una Nicole Kidman al mando de una escuela de señoritas sureñas de distintas edades que custodian la casa durante los tiempos de guerra. Su rutina de estudio, cocina, jardinería y costura cambia cuando Jonh McBurney, un soldado yanki malherido, es rescatado por una de las jovencitas. 

La presencia de este perturbará la aparente tranquilidad del grupo. Debatiéndose entre la curiosidad, la atracción y los celos, el ambiente supuestamente cordial y refinado de la casa comienza a enrarecerse por ese yanki que en principio no debería estar ahí. Durante la peligrosamente lenta primera parte de la película, crees que "La seducción" es un título que le viene al pelo, ya que el flirteo y la sensualidad se muestran, de alguna extraña manera, como el tema central de la historia. En ese momento, comienzas a preguntarte si el auténtico mensaje no viene a ser otro que la competitividad femenina es muy mala cuando hay un macho de por medio, y rezas para que tu primera película de Coppola no vaya a ser tan decepcionante.

A continuación, después de esa confusa y tediosa introducción, el ritmo cambia totalmente. Hay un punto de inflexión en la trama que despierta en el espectador la atención no solo por los hechos en sí, sino por el nuevo tono que adquiere la historia. De pronto la lujuria se transforma sorprendentemente en misterio y algo de sangre y los acontecimientos responden ahora a un tipo de thriller que no deja de ser desconcertante. Porque sigues estando algo perdido, aunque expectante... hasta que llega el final, que no es que sea inesperado, ni siquiera abrupto, pero sí un tanto decepcionante, no en sí mismo, sino por todo el conjunto del filme.

Cuando llega el desenlace, después de un metraje en el que se parchearon la lujuria y el thriller, sin decidirse por cuál ocupa mayor protagonismo, tienes (tuve) la sensación de que no era en absoluto lo que esperabas. Y que exceptuando esos típicos términos para alabar una cinta como "banda sonora", "reparto" o "fotografía", piensas que Coppola tiene que hacerlo mucho mejor la próxima vez.

Publicado el 1/9/2017



agosto 28, 2017

Ilusiones & Burbujas

Las ilusiones son como burbujas. Esferas perfectas, transparentes, de un brillo mágico y hechizante. Nadie sospecha el momento exacto en el que la burbuja, la ilusión, explotará, puesto que se está concentrado en observar la belleza que desprenden. A pesar de conocer el riesgo que corremos, preferimos dejarnos llevar por nuestro entusiasmo, por la alegría perfecta y colorida de ese endeble cristal en el que cargamos todo el peso de nuestra felicidad. Por ello, a todo el mundo le sorprende esa explosión, inesperada, abrupta, sin aviso previo. Pero previsible, después de todo.
Las burbujas pueden durar más o menos, ser grandes, pequeñas; pero todas, absolutamente todas, dejan una huella de desilusión violenta cuando se esfuman en nuestras propias narices, restando una nada, un claro vacío, haciendo que nos preguntemos al instante, presos de la incredulidad, de nuestra atónita ingenuidad: ¡¿Qué acaba de pasar?!


Fuente



Publicado el 28/8/2017



agosto 24, 2017

La solitaria pasión de Judith Hearne: los crucifijos y el alcohol

Siempre he pensado que la literatura irlandesa tiene una voz propia independiente y potente. ¿Por qué? Porque se nota en sus autores un inconfundible tono de orgullo nacional que expresa con franqueza y realismo las bellezas y los horrores de este particular país. Así, La solitaria pasión de Judith Hearne me sorprendió por esa sencillez abrumadora de Brian Moore al presentar la esencia de su tierra a través de una mujer irlandesa por la que es inevitable sentir una profunda compasión. 

A grandes rasgos, esta novela nos habla, cómo no, de soledad. Más concretamente, de la soledad de Judith, quien responde a ese prototipo de solterona infeliz irrevocablemente condenada a la decepción, en una época en la que el fervor religioso sirve como vía de escape indispensable para aquellos que se encuentran desorientados en los insoldables caminos del Señor. No obstante, no será la figura del Sagrado Corazón la que calme su desesperación, sino el alcohol, el cual llevará a esta pobre mujer a plantearse si realmente hay alguien ahí arriba que pueda escucharla.



A Judith no la quieren, ni como amante, ni como amiga. Vive de las apariencias, de su miedo al qué dirán y de sus sueños románticos. Cada hombre que conoce despierta en ella una ilusión que se desmigaja con cada golpe de realidad. No tiene dinero, no es feliz, no está satisfecha con su existencia mediocre. Por todo ello, Judith recurre a la botella, encontrando en ella una especie de amiga. No fiel, ni buena consejera, pero al menos calmante. Y sobre todo, oyente.
Ella se engaña, hace que no lo sabe, pero poco a poco el lector y una parte de sí misma se van dando cuenta de que Judith le reza a Jesús tanto como al licor. (Bukowski estaría orgulloso de ella).

La solitaria pasión de Judith Earne me gustó, por lo dura, por lo realista, por lo sencilla, por lo certera. Hay en ella un realismo inevitable, una honestidad de la que es imposible escapar. Aunque, he de confesar, también su lectura me dejó algo descolocada, después de todo. Me hizo preguntarme por aquellos que se aferran a una creencia como un clavo ardiente, por necesidad. Casi, pero solo casi, pude entenderlos, al menos en parte.
Sin embargo, al final y a pesar de las súbitas dudas, creo que mi escepticismo pudo más, más que la fe ciega de la protagonista. Y es que después de verla rezar para emborracharse y de emborracharse para rezar, me reafirmé en mi idea de lo peligroso del fervor por la religión... y por el alcohol.

Publicado el 24/8/2017


agosto 11, 2017

Viajar es un vicio bueno

Viajar es un vicio bueno. Una enfermedad curativa. Un placer, una necesidad, una adicción, un estimulante de vida. 
Viajar te cura de prejuicios, ignorancias, estrechez de miras. Te hace más sabia, más experimentada, más conocedora, más ansiosa por descubrir, por saber qué, cómo, cuándo, por qué. 

Embarcadero de Os Chancís (Lugo)

No importa si son los raíles que el tren recorre, el cuentakilómetros del coche, ese hormigueo antes del despegue de un avión, las aguas agitadas del Océano Atlántico, el verdor del Mediterráneo o ese nuevo rincón al que llegaste por casualidad, tan cerca de tu casa. Porque en cada esquina te aguarda una sorpresa, un nuevo aprendizaje que ya no perderás jamás. Y con él, la sensación algo vertiginosa de lo pequeña que eres en comparación con lo vasto, lo amplio, lo inabarcable del planeta, y la triste percepción de lo escaso de tu tiempo y dinero. 

Sin embargo, al final, puede más la felicidad de haber llegado a esa fecha destacada en el calendario, a ese número de asiento asignado, a esa hora de salida y a ese minuto de llegada en el que pones pie en un nuevo destino, hasta entonces desconocido. Y mientras en tu cabeza explota la emoción, gritan los nervios y te embarga una grata ilusión, vas acarreando una maleta que llenarás de quién sabe qué nuevas experiencias.

Sin duda, viajar es un vicio bueno. Y tanto. Así que si me notáis algo ausente durante los próximos días, ya sabréis que es porque estaré sabiendo, descubriendo, mirando, calmando mi curiosidad, acallando una necesidad. 

Hasta entonces, sed felices. O viajad, que viene a ser lo mismo. 😉


Publicado el 11/8/2017


agosto 04, 2017

¿Te reconoces?

¿Te acuerdas de…
aquella canción que tanto escuchabas?
esa persona con la que estabas?
los ideales que defendías?
lo que creías que estaba bien?
esas risas que tanto te alegraban?
aquella tarde en casa estudiando?
aquella salida con los amigos?
la primera noche de fiesta?
tu primera conciencia del mundo?
el que era tu mejor amigo en aquella época?
la primera película que logró impresionarte?
el suceso que te marcó?
las mentiras que te creíste?
las tonterías de las que te arrepentiste?
las verdades que te dolieron?
las personas que entonces formaban parte de tu vida?

Y ahora, ¿eres consciente de…
la canción que escuchas hoy?
esa persona con la que estás?
los ideales que defiendes?
lo que crees que está bien?
esas risas que te alegran?
esta tarde de trabajo?
esta salida con los amigos?
tu millonésima noche de manta y peli?
tu conocimiento más amplio del mundo?
tu mejor amigo hoy?
la película que te ha impresionado ahora?
el suceso que acaba de marcarte?
las mentiras que te crees?
las nuevas tonterías de las que te arrepentirás?
las verdades que te duelen hoy?
las personas que en este momento forman parte de tu vida?

Ves, como cualquier otro, que no, no eres consciente. No te has dado cuenta de gran parte de las cosas que han cambiado en tu vida. Los sucesos que te han acompañado a lo largo de tu existencia solo dejan huella en ese lejano y difuminado recuerdo de lo que en un momento concreto tuviste oportunidad de vivir. Y solamente “crees” recordar, porque sabes perfectamente que tu mente mantiene guardados bajo llave la mayor cantidad de fragmentos de tu pasado.

Ahora, te ves en un espejo, y piensas en la persona que eras no hace tanto tiempo. Tu cuerpo y tu alma se van degenerando simultáneamente, dejando paso a tu nuevo yo; a ese yo que eres hoy y que no te han presentado; que te ha sustituido sin avisarte… Si no lo crees, busca al menos una foto de hace algún tiempo, donde salgas tú, y mira dónde, cuándo, y con quién… ¿Te reconoces?



Publicado el 4/8/2017

agosto 01, 2017

Viento del este, viento del oeste

Oriente y Occidente. Dos eternos contrapuestos, dos bloques enfrentados por culturas y tradiciones completamente diferentes. Peral S. Buck (1892-1973), la autora de esta novela, se encontraba en medio de aquellos dos mundos. Nace en Estados Unidos, pero pronto se traslada a la China con sus padres, donde pasaría casi 40 años de su existencia.

Tal vez, aquel tiempo fuese suficiente para empaparla de la idiosincrasia del país. Tal vez, Buck vio la necesidad de escribir esta novela para definirse, para tomar partido de un lado u otro. O simplemente relató esta historia de contrastes para dejar constancia de que a veces no eres ni de aquí ni de allí. 
Y esto es porque, a pesar de que la protagonista de esta historia es una mujer china, criada en las costumbres más patriarcales y conservadoras de su entorno, manifiesta una clara fascinación por Occidente. Pero, al mismo tiempo, un sobrecogimiento por quien no entiende ni pertenece a una determinada cultura, ni la acepta en muchos sentidos. 



Kwei-Lan fue criada para la sumisión, para el amor incondicional a su marido. Le enseñaron que los pies diminutos, la docilidad, la servidumbre al hombre eran signos de una mujer digna. Pero, poco a poco, la protagonista verá cómo su sistema de creencias y ritos sociales se verán derribados por el pensamiento occidental, por las costumbres de su marido, quien hizo sus estudios en los Estados Unidos. Después, la escisión entre la vida que esperaba y la que le toca vivir se hace aún mayor, cuando su hermano se enamora de una mujer americana, rubia y de ojos azules. Tan extraña, tan misteriosa, tan perturbadora por sus gestos y sus hábitos. Tan distinta a sí misma, tan exótica como la consideran a ella en esas tierras lejanas, que es como mirar el propio reflejo en un espejo distorsionado.

Debatiéndose entre las leyes morales dictadas por su familia y el tierno y fiel amor que siente por su esposo y hermano, Kwei-Lan nos va contando las vicisitudes de ese destino, de ese camino en el que unas veces el viento sopla desde el este, y otras desde el oeste

Puede que la devoción que profesaba a los hombres de su entorno me distanciase bastante de esta mujer, ya que lo distinto me produjo, como a ella, una sensación de extrañamiento. No negaré que las costumbres de esta China antigua y tradicional en la que se ambienta la obra me asombraron para bien y para mal, aunque eso fue precisamente lo que me hizo estar también más cerca de la protagonista. Porque, al final, no dejamos de pertenecer a dos mundos que se miran a la cara con la misma desconfianza y admiración, sin decidirnos sobre cuál de las dos cosas pesa más. Supongo que todo depende del color del cristal a través del que se mire, aquí y allí. 


Publicado el 1/8/2017