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enero 25, 2018

Felicidades, Querida Woolf

25 de enero. Hoy, hace 136 años, nacía una de las figuras más emblemáticas de la literatura y del feminismo. Me dejé arrastrar por sus Olas, me quedé anclada en uno de sus Faros, pero con esa Habitación propia quedé cautivada. Por la valentía de una mujer que supo levantar la voz en una época de silencios muy pesados. 
Aquí retomo un pequeño homenaje a la escritora que no permitió a nadie poner cerrojos ni cerraduras a la libertad de su mente. 


Querida Woolf:
Qué te voy a contar yo, una jovenzuela del siglo XXIa ti, Virginia, que has sido una de las primeras en proclamar en voz alta eso de que no hay motivos para creer que las mujeres seamos inferiores a los hombres (y menos aún en literatura) en una época bastante más complicada que la mía. 

Confieso que nunca he sido una gran fan de tus novelas por motivos que no vienen ahora al caso. Pero Una habitación propia ofrece algo diferente. Vale, igual es que no soy del todo objetiva como feminista. NO, qué narices, este ensayo me ha gustado porque, entre otras cosas, tuviste los ovarios para decir grandes verdades que muy pocos se atrevían, y además presentando argumentos razonables, todo ello con gran elegancia y elocuencia.


Mucho ha llovido desde aquella conferencia que diste sobre las mujeres y la literatura. No cabe duda de que estarías orgullosa de ver lo mucho que hemos conseguido, a pesar de todo.
Siempre me pregunté por qué será que durante tanto tiempo se redujo a las mujeres a una miserable nada, a la condena del anonimato y la esclavitud de la invisibilidad. Empiezo a creer que, como dices tú, pueda deberse a 
"ese interesante y oscuro complejo masculino que ha tenido tanta influencia sobre el movimiento feminista; ese deseo profundamente arraigado en el hombre no tanto de que ella sea inferior, sino más bien de ser él superior."

Entristece pensar también en eso que dices de que no hay casi rastro de grandes figuras femeninas literarias hasta el siglo XIX, y que todavía no haya un hueco lo suficientemente grande en la historia dedicado a grandes conquistadoras, líderes de grandes naciones o ejércitos (porque no las ha habido). Dices que la novela parece ser el medio de expresión predilecto para la escritura femenina, porque de alguna forma se nos han cerrado las puertas de la poesía y otros grandes géneros. 

Y como afirmas, esto puede ser debido a que una mujer con el genio, la creatividad y la capacidad de Shakespeare en muchas épocas la hubiesen convertido en víctima de su propio talento (algo que posiblemente sabías ya de muy buena mano):

"cualquier mujer nacida en el siglo dieciséis con un gran talento se hubiera vuelto loca, se hubiera suicidado o hubiera acabado sus días en alguna casa solitaria en las afueras del pueblo, medio bruja, medio hechicera, objeto de temor y burlas. Porque no se necesita ser un gran psicólogo para estar seguro de que una muchacha muy dotada que hubiera tratado de usar su talento para la poesía hubiera tropezado con tanta frustración, de que la demás gente le hubiera creado tantas dificultades y la hubieran torturado y desgarrado de tal modo sus propios instintos contrarios que hubiera perdido la salud y la razón."


Sin embargo, lo que me gustó realmente de Una habitación propia es el carácter de tus palabras. Tal vez disimulases muy bien, pero el caso es que no dejas espacio para la amargura ni para una denuncia derrotista, sino que confías totalmente en la proximidad de un futuro prometedor con una certeza y una confianza en ti misma dignas de admiración. Tan segura estabas, que tanta razón tenías. 


Lo único que lamento decirte es que aún hoy quedan muchas mujeres sin una habitación propia. De hecho, muy pocas pueden presumir de tener realmente un cuarto propio, algo que sea enteramente de ellas. Una libertad completa. La gran mayoría, a veces tenemos que conformarnos con compartirla de manera bastante descompensada; eso si no nos obligan a quedarnos relegadas a una esquina oscura y fría de ese espacio que nos arrebatan.
Pero vamos por buen camino librando una batalla que, como bien afirmaste aquella lejana tarde de 1928, aún en la oscuridad y la dificultad, merece la pena luchar.

Recibe un cordial saludo y un auténtico agradecimiento. 

Fdo: tú, yo, y muchas más. 

enero 22, 2018

"Fugas", de James Rhodes. ¿Por qué hay heridas imposibles de sanar?

Hace casi un año, James Rhodes me enseñaba con su biografía Instrumental tres cosas que nunca olvidaré. La primera, que los abusos sexuales a niños siguen siendo un tabú y que la pederastia es una lacra que apenas ahora se empieza a denunciar. En segundo lugar, Rhodes me hizo entender que el mundo de la música clásica necesita renovarse, que no tiene por qué ser un estilo al alcance de unos pocos estirados sibaritas. Y por último pero no menos importante, que así como hay heridas que nunca se terminan de curar, también existen sueños que se hacen realidad.
Como se imaginarán los que no lo conozcan, leer las experiencias de un hombre que fue violado por su profesor de educación física puede resultar duro y escalofriante. Y lo es, qué duda cabe. No obstante, relean esa última frase del párrafo anterior, porque en las palabras de Rhodes siempre hay espacio para una esperanza agridulce, pero esperanza al fin y al cabo. 
Este pianista que ahora viaja por el mundo ofreciendo conciertos de piano y dando conferencias se topa continuamente en un cruce de caminos entre el deseo de ser feliz y las cadenas de rabia, frustración, miedo y dolor que arrastra desde su infancia. 

Y Fugas, su último libro, no deja de ser una prolongación en forma de diario de esa batalla que libra día sí y día también para conseguir, en medio de ese enredo de negras emociones, un fino hilo de paz. Mientras que Instrumental es puro impacto, un ejercicio de empatía y un testimonio compartido a corazón abierto, Fugas es un monólogo que sorprende, pero por razones algo distintas. A mí, al menos, leer los pensamientos de Rhodes sobre su vida diaria, me hizo pensar en el poder de la maldad, de sus consecuencias a largo plazo. Ver que a pesar de su éxito fulminante, de haber cumplido su sueño, de haber encontrado en la música una píldora de salvación, de los viajes increíbles y las personas que le admiran, James sigue siendo un hombre atormentado por el daño que le causaron siendo apenas un niño. Aunque al final, vuelvo y repito, el autor deja un halo de esperanza agridulce, no pude evitar preguntarme por qué. Por qué es tan fácil y rápido joder para siempre a alguien, y por qué, lejos de lo que nos quieren hacer creer los predicadores del "no hay mal que cien años dure", hay heridas que son sencillamente imposibles de sanar. ¿Por qué?


Publicado el 22/1/2018




enero 14, 2018

El último atardecer

Sabemos de ella desde que nacemos. Conocemos su nombre, sus trucos, su carácter impredecible. Sabemos a la perfección los miles de disfraces tras los que se esconde: una causa natural, una torcedura del destino, un accidente, una enfermedad.
Y aún así, se las arregla continuamente para tomarnos desprevenidos. A pesar de conocerla tan bien, siempre consigue sorprendernos, hacerse con nuestro dolor.
Mientras la esperas, asusta, pero también es cierto que impacta lo rápido que se va. Se hace tanto eco antes de llegar, que solo estás seguro de que ha estado ahí por esa ausencia que deja que, a pesar de ser tan sonada, tan anunciada, tan sabida, duele, duele igual, o más. 
No obstante, siempre te queda ese algo de esperanza, ese consuelo cálido que trae ese último atardecer en el que el cuerpo se apaga con las sombras, pero en el que el alma brilla, y vuela libre, con la luz. 







Publicado el 14/1/2018, en tu honor. 



enero 08, 2018

"Fariña", el polvo blanco que inundó Galicia

Todo comenzó con el contrabando de alimentos o medicamentos que escaseaban en la posguerra española. A continuación vino el estraperlo de chatarra, gasolina, café o alcohol. El siguiente paso fue el tabaco, para después saltar de forma espectacular al narcotráfico. En pocas líneas y así como quien no quiere la cosa, he resumido un complejo entramado social e histórico sobre una práctica que se lleva realizando en la región en la que vivo durante décadas. 

Estoy segura de que todos sabrán identificar a un narco, un señor que construye un imperio gracias a la compra-venta de estupefacientes. Coches de alta gama, mansiones, propiedades, tierras, yates, restaurantes de lujo, despilfarro, putas, desenfreno y soberbia forman el arquetipo del narcotraficante por excelencia. 
Países como Colombia o México saltaron al estrellato gracias al narcotráfico, por desgracia (aunque no se conocen únicamente por esta lacra social, a Dios gracias). Pero, ¿Galicia? Esa esquina al noroeste de España tan verde, tan bonita y tan alejada de la mano de Dios, ¿el reino del tráfico de drogas? ¿Un lugar plagado de contrabandistas, como en las pelis?
Galicia fue, nada más y nada menos, la puerta de entrada al resto de Europa de sustancias como la cocaína durante los años 80 y 90. Los narcotraficantes colombianos adoraban esta región no solo por su exquisito marisco, sino por las buenas relaciones que tenían con los clanes gallegos, quienes esperaban con ansia los fardos de coca al otro lado del Atlántico. Pensar que A Costa da Morte podría ser el escenario de una súperproducción al estilo de la serie Narcos la hace sentirse a una extrañamente orgullosa. Pero después te sientes más bien sorprendida y acongojada por las cosas que esta lectura te enseña sobre tu propia tierra.

Hay algo que me ha gustado especialmente de Fariña, el concienzudo y ameno ensayo de Nacho Carretero. No es únicamente que en él se refleje con precisión los pasos de los grandes capos de la droga en Galicia, que se den datos fehacientes y hasta curiosos de sus andadas, que se explique de forma realista cómo este negocio influyó en una sociedad que veía y que sabía que por sus mares entraba una sustancia ilegal y que se muestre cómo el proceso judicial para solventar este problema fue lento y costoso.



Lo verdaderamente interesante, al menos para mí, ha sido ese tono irónico tras el que se esconde una crítica social hacia una comunidad que, en palabras del autor, ha sufrido siempre de desmemoria. Más aún, Carretero deja constancia de esa apatía gallega, de ese lema sobre el "cada quien sabrá" que hizo a los gallegos mirar para otro lado cuando el narcotráfico se convirtió en un verdadero problema social. Junto a esa mitificación de la figura del narco, de esos hombres que eran admirados y respetados por su poder y que a veces Hollywood ha contribuido a glorificar más que criticar, se destaca también la figura del yonqui de clase humilde que se convierte en una auténtica piltrafa. Como prueba, encontramos esa generación perdida de jóvenes procedentes de pequeños pueblos costeros de Galicia que cayeron en las redes de la adicción. 

Así, en Fariña se dedica un espacio especial a esas madres que tuvieron los ovarios suficientes para enfrentarse a los narcos que habían arrebatado la salud e incluso la vida de sus hijos, y que fueron el germen de una lucha que se prolongaría durante años. Nunca debería olvidarse a esas mujeres que se congregaron en el Pazo de Baión (foto anterior) para plantar cara a uno de los contrabandistas más poderosos -y por ende, peligrosos- de la región: Laureano Oubiña.
También deben quedar para el recuerdo los testimonios de los policías y jueces que tomaron la resolución de acabar con el narcotráfico desde la raíz, con todas las consecuencias que aquello conllevaba. Porque no se olviden que esta práctica salpica a gente de a pie, a empresarios, a políticos e incluso figuras de autoridad. Pero, sobre todo, este ensayo va de recordar que, lejos de lo que se cree, el narcotráfico todavía vive. O se esconde, más bien, entre los recovecos de la escarpada costa gallega. 



Publicado el 8/1/2018