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julio 17, 2018

El chiringuito que cierra en verano

Pensé que esta entrada se había publicado hace unos días, pero me equivoqué de fecha de programación. En cualquier caso, es solo una nota informativa para deciros que este mi chiringuito cierra en verano. No sé si por unos días, unas semanas; por un mes o hasta la vuelta al cole, pero el caso es que no estaré por un tiempo para escribir ni para pasarme por vuestros espacios.
Aparte de las gracias sinceras que os quiero dar a todos los que me leéis, también quería desearos un verano cargadito de sol o nubes, playa o montaña, mojito o caña, dependiendo del gusto de cada quien.
Nos vemos a la vuelta.
Un abrazo de esos grandes, compañeros y compañeras de bloggosfera.



julio 09, 2018

La colleja mental

La RAE, en su habitual parquedad a la hora de definir, dice que una colleja es ese "golpe que se da en la nuca con la palma de la mano". Pero, en realidad, la colleja es una manera especial de amonestación. Es la forma física de dar a entender a alguien que ha dicho o hecho una estupidez y que la parte posterior del cuello, por la posición estratégica que ofrece para la libertad de movimiento, garantiza un golpe certero y correctivo que pillaría al otro totalmente desprevenido.
Durante muchas generaciones, fue un método utilizado por madres, padres e incluso matones del que hacían uso frecuente cuando el hijo, alumno o compañero metía la pata, respectivamente.
Por mi parte, no soy partidaria de ningún tipo de violencia o maltrato, y en concreto creo que la colleja constituye un procedimiento bastante humillante para el receptor y dudoso para el emisor. Sin embargo, bien es verdad que hay en ella un punto efectista que no consiguen otras fórmulas similares. Es un toque limpio, breve, sorpresivo que, al menos por un tiempo, hace ver que algo está mal.

Por tanto, es una pena que la efectividad de esta táctica no se utilice para fines más nobles y provechosos. Es un modo de escarmiento corporal prescindible, estéril, infructuoso, como cualquier acto de violencia. Pero ¿y si esa colleja no fuese física, sino mental? ¿Y si pudiésemos aplicar un correctivo físicamente indoloro y psicológicamente eficaz que fuese directo a la nuca de esos cerebros adormilados y atontados por las ideas retrógradas, ilógicas, borreguiles? No, no nada de imaginarse repartiendo sopapos cuando te saquen de quicio. La colleja mental sería, como su propio nombre indica, un cogotazo intelectual, un pescozón mental para reprender a quien acaba de soltar una idiotez.

Comencé a reflexionar sobre esta posibilidad el otro día, mientras escuchaba una conversación de lo más interesante en el autobús. Nada tan instructivo como ese medio de transporte para entender de cerca cómo funciona y se estructura la fauna social. El caso es que delante de mí se sentaban dos mujeres de mediana edad, de cuarenta y pico, pongamos. Al parecer, una de ellas tenía una hija adolescente que últimamente le estaba dando la lata con el rollo de la igualdad de género. Y que ella estaba de acuerdo en ciertos aspectos, pero creía que en otros se estaban pasando de listas. Porque, vamos a ver, había cosas que eran de esperar. Por ejemplo, con el tema este de la manada y todas las violaciones que salen a la luz... Bueno, es que, claro, a veces pasa lo que pasa por como van vestidas y por hacer "lo que no tienen que hacer".
Así es que aquella señora, joven, mujer y para rematar madre de una chica, estaba justificando los abusos sexuales haciendo uso del argumento cavernícola de la vestimenta y el comportamiento. Si ya de por sí es un comentario que me saca de mis casillas, escucharlo en boca de una fémina es un amargo recordatorio de las muchas mujeres que siguen empecinadas en tirar piedras contra su propio tejado.

Y así, atónita, indignada y asqueada, me vino al instante a la cabeza. Recordé todas esas collejas dadas y recibidas, todos los enrojecimientos de nuca en vano y me dije a mí misma que el devenir de la historia nos ha demostrado que la colleja física es una pérdida de energía y tiempo. Que no hay nada como un buen golpe de remo en esas cabezas donde aún la tierra es plana, donde ciertos seres humanos son superiores a otros y donde todavía se justifica lo injustificable
No sé si porque comencé a fantasear con demasiada fuerza con la idea del sopapo intelectual, la señora de pronto cortó la conversación y se giró para mirarme por un segundo, sorprendida. La miré extrañada, con cara de yo no fui, y al instante ella volvió a girar la vista al frente. Acto seguido, comenzó a rascarse ligeramente la cabeza, justo donde se podía intuir la dolorida nuca de un cerebro que acaba de recibir una colleja mental. Menos mal que la siguiente ya era mi parada. 



Publicado el 9/7/2018

julio 05, 2018

A la felina



Me levanto. Te levanto. Abres los ojos a la hora de mi desayuno.
Me acaricias. Porque yo te dejo. Y tengo hambre.
Te hago feliz con cosas simples, durante el día.
Ronroneos. Maullidos. Tontas bolitas de papel que me lanzas. Juego. Por un rato. Me voy.
Te miro fijamente con mis grandes y hermosos ojos. Sé que te derrites. Entrecierro mis párpados, pestañeo de forma encantadora. Ahora sí que te tengo donde quiero.
Duermo, duermo y duermo. Panza arriba, panza abajo. En línea recta o en forma de rosquilla. Tapándome la cara con las zarpas. Sobre mi cama. Sobre la tuya. Sobre la mesa, el sofá, la alfombra, una caja, una maleta, un armario. Me escondo en un mullido paraíso antes de que vengas, otra vez, a acariciarme.
Que me gusta. Un poquito más, así, ahí, en la barriguita. Pero no tanto. Vale, suficiente. Me cansé, voy a morderte. Tú te lo has buscado. Ahora no te quejes.
Tengo hambre de nuevo. Ven, que de repente te quiero. Sí, muy bien, hora de alimentarme. Ah, mi momento de gloria. ¿Gracias? ¿Por qué tendría que darlas?
Me muevo, con sigilo. El caso es que no escuches mis pasos. Doy saltos precisos, elegantes. Mis orejas parabólicas, moviéndose de un lado a otro, lo oyen todo. Mis retinas alargadas, vigilantes, te ven, anticipando tus movimientos. No te acercas tú, me acerco yo. Si eso.
Aparezco y desparezco. Cuando quiero, sin avisarte. Mírame, mírame. No me mires. Intermitente, impredecible, contradictoria.
Debes abrirme las puertas de la habitación, como hiciste con las de tu corazón. Debes abrirme un huequecito en tu cama, como me lo abriste en tu vida. Porque el rastro de mis pelos y las marcas de mis huellas se han hecho sitio en tu casa a la felina: por siempre y para siempre.
Soy tu dueña. Tu gata. Pero eso ya lo sabes. Y tengo hambre otra vez.



Publicado el 5/7/2018