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mayo 27, 2020

Cicatriz




Cada cicatriz cuenta su propia historia. 

Cada una se desliza por la piel, marcando su territorio, indicando los límites de su propiedad en la carne que antes no les pertenecía. 

Tendemos a pensar que una cicatriz es algo feo. Que dañan la belleza de un cuerpo, que hablan de dolor, de secuelas, de vergüenza. Supongo que nuestra obsesión por la perfección física es lo que nos hace rechazarlas en un primer momento. 
Claro, bien es cierto que cada cicatriz cuenta una historia que conlleva algo de lo que he mencionado antes: dolor, enfermedad, acontecimientos que se quedan grabados en la dermis, acompañándonos para siempre. Todas ellas dejan una huella indeleble no solo en el cuerpo, sino también en nuestra alma. 

Pero, ayer, observando de cerca esta cicatriz, me quedé impactada. No por cómo se adueñó de esta piel, ni por el pasado que se esconde debajo de ella. Lo que realmente me impresiona no solo de esta, sino de todas esas marcas imborrables que se quedan grabadas en nosotros a fuego (literal o figuradamente), es la imponente delicadeza que pueden transmitir y lo muy infravaloradas que las tenemos. Parecen ser reinas en medio de un rostro, un cuello, un costado, y no pensamos que no nos hablan de fealdad ni de fracaso, sino de todo lo contrario. 

Esta cicatriz demuestra precisamente eso: la sublime belleza y el éxito de un cuerpo que ha sobrevivido a sus propias heridas. El de la foto mismo me lo ha confesado: “A mí me gusta mi cicatriz”. Con esta imagen, es imposible no entender a qué se refiere. Es una de las fotografías más hermosas que he visto, por la luz, los colores, el atractivo del retratado, pero, sobre todo, por el mensaje que hasta entonces no había tenido yo en cuenta: una cicatriz es la prueba más espléndida, más bella, de nuestras victorias.


La foto pertenece a uno de mis fotógrafos preferidos. Su rincón artístico aquí.


mayo 17, 2020

Oasis en miniatura

Esta semana volví. Bueno, no sé si se le puede llamar volver cuando vas a un sitio en el que no has estado. Lo digo porque esas calles familiares del centro ya no son las que solía frecuentar. El mundo, en general, ya no se parece mucho al de antes, a decir verdad. 
Los saludos con codos, las mascarillas, las calles semivacías son ahora parte de esa nueva normalidad que apenas empieza a despegar. 
Pero no quiero escribir sobre la inevitable extrañeza y tristeza de la situación. Si hace unas semanas hablaba de la felicidad de bolsillo, ahora me quiero centrar en los oasis en miniatura. Son pequeños momentos de paz, de olvido, donde el virus no es más que un tema de conversación inevitable, pero no el centro de todo.


Como digo, hace unos días, después de dos meses, volví a reencontrarme con mis amigos más allegados. La sensación de proximidad en carne y hueso, de complicidad, de compartir el lujo en el que se ha convertido la compañía es casi abrumadora, a pesar de que ya la habíamos sentido infinitas veces con anterioridad. Supongo que es cierto eso de que el mundo va a llenarse ahora de primeras veces. Para mí, estas quedadas, estas excursiones desconfinadas son esos nuevos oasis en miniatura que nos sirven para protegernos de la hostilidad del desierto que nos rodea. Una charla, una tarde en la piscina, un paseo son actividades que nos desconectan por un rato de la esclavitud del hidrogel, las mascarillas, el riesgo y el puñetero virus que lo ha cambiado todo. 
Durante esos pequeños intervalos, parece -repito, solo parece- que la realidad se vive como una falsa ilusión, donde el tiempo te hace creer que sus manecillas no se han movido sin piedad a través de una larga cuarentena. 
De entre todas las lecciones que nos quedan, ahora nos toca aprender a disfrutar de los nuevos paraísos con toque de queda, la felicidad de bolsillo y los oasis en miniatura que nos brinda la nueva "normalidad". Quizá asuste un poco pensarlo, pero nuestra capacidad de adaptación es tan asombrosa, que incluso podemos encontrar comodidad en los rincones más insospechados de lo desconocido.

mayo 04, 2020

Bendita hemeroteca

Me parece que no soy la única. Hablando con amigos y familia, estos días las hemerotecas personales están más concurridas que nunca. Recurrimos a los recuerdos antiguos, supuestamente porque nuestra memoria no está fabricando nuevo material. Supongo que es un mecanismo natural llamar a la puerta del pasado, para reencontrarnos con momentos, lugares y personas que llevaban tiempo soterrados bajo el manto del olvido. 
No obstante, estos días de noticias efímeras y de verdades que se convierten en mentiras en un santiamén, me ha dado por buscar en la hemeroteca universal. Dada la situación actual, recurrir a noticias que ya han sido superadas y ver cuáles fueron las consecuencias de las mismas quizá sirva para dar una falsa sensación de control, puede que de esperanza. 
Así que, navegando por un conocido diario digital español, decidí buscar los sucesos más importantes de alguna fecha clave en mi vida. El 16 de marzo de 2003 cambió mi destino y el de mi familia para siempre, ya que aquel fue el día que abandonamos nuestro hogar para comenzar de cero en un nuevo país. Poner pie en aquella tierra prometida marcaría sin duda un hito personal en un período de la historia contemporánea ya de por sí convulso. Entre lo más destacado, me sorprendió recordar a aquellos miles de españoles que salían a las calles a manifestarse en contra de la resolución del gobierno de apoyar la guerra de Irak. Es sobrecogedor pensar que un año después, España sufriría el ataque terrorista más cruento de su historia. Verlo desde este presente irrefutable me dio una extraña sensación de poder, de clarividencia en retrospectiva que sirve para entender el magnetismo devastador que una decisión política puede tener. Saber del mal antes de que pase, ojalá haber tenido la misma suerte entonces. 

Si bien recordar este hecho conlleva un inevitable dolor, también se ha despertado en mí una especie de irracionalidad supersticiosa al comprobar que en esa misma fecha, OJO con lo que viene, la OMS alertaba de una extraña neumonía asiática que ya se había cobrado nueve muertos en distintos países. Leer la noticia es tan contradictorio como tener un flashback en el presente, una premonición escalofriante con vistas al hoy. Los síntomas, las medidas de precaución, la procedencia del virus y el relato en sí mismo te hacen pensar que debe de haber habido un fallo en la matrix de la hemeroteca. 
Por suerte, para nuestros yos del 2003 aquello quedó en un susto, en una anécdota pasajera que posiblemente muchos ni recuerden a día de hoy. Ya se encargaría el destino de escoger otro momento y otro tiempo, jugando como siempre a su antojo con las piezas de nuestra existencia. 
En cualquier caso, revisar la hemeroteca produce sentimientos inesperados. Como digo, es una falsa forma de control, porque lo vemos ahora todo en perspectiva, sabedores de lo que pasaría a continuación. Es una forma de reflexionar sobre lo que fuimos, lo que pudimos ser, de recordar lo que se hizo bien o mal, pero especialmente de comprobar que hemos estado ya otras veces pendiendo de un hilo, viviendo acontecimientos aterradores y tranquilizadores a la vez. Ahora me muero de curiosidad por saber cómo serán las hemerotecas del futuro, cuando lo del coronavirus no sea más que eso: una noticia del pasado.