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junio 15, 2020

La vida en paquetes de galletas

Es un día cualquiera en un supermercado cualquiera. Estoy esperando a que me atiendan en la carnicería, mientras detrás de mí una familia también espera su turno. El niño tendrá unos 7 u 8 años, y anda correteando de un lado a otro de los pasillos. En un momento dado, trae en las manos dos paquetes de galletas de marcas, formas y sabores distintos. Se acerca a su padre con una expresión interrogativa en la carita que ya vaticina el tipo de petición que va a realizar. 
-Papá, quiero estas galletas. 
Se entiende que se está refiriendo a ambos paquetes, claro. 
El padre niega con la cabeza y se precipita a responder: 
-Las dos, no. Tienes que elegir una u otra. 


Ay madre, pensé para mí. Ahora es cuando se produce el berrinche del siglo. Pero, para mi sorpresa (y me da que para la del padre, también), el niño se toma la respuesta con total naturalidad. Hace un ligero intento de lucha, diciendo que le gustan las dos por igual, pero ante la leve negativa de cabeza de su progenitor, adopta una inmediata actitud de aceptación. 
-Mmmm, pues pito, pito, gorgorito… 
Empieza esa conocida retahíla infantil que yo también usaba para que la suerte decidiera por mí. Cuando acaba, automáticamente grita “¡éstas!”, y se dirige de inmediato a devolver a la estantería el paquete perdedor. Y ya está. No hubo dudas, ni miedos, ni reflexiones sobre qué podría perder al elegir unas y no las otras. El niño siguió como si tal cosa, confiando en que el azar aleatorio de la canción había elegido correctamente. 

Curiosamente, me invadió una especie de envidia por la reacción digna de ejemplo. Fue práctico ante una disyuntiva, hizo uso de un método objetivo, fácil y rápido, y aceptó sin miramientos el resultado. Ojalá volver a aquellos tiempos en los que todo era tan fácil como cantar el Pito, pito, gorgorito
Digo que sentí envidia precisamente por la simpleza del asunto. Bien sabemos los adultos que nuestras decisiones no se pueden tomar a la ligera, porque no se trata de escoger entre las de chispas de chocolate o las que tienen forma de dinosaurio. No puedes decidir entre dejar tu trabajo por otro, casarte o no, meterte a una hipoteca o reformar la casa echándolo a suertes. Antes tienes que sopesar las posibilidades, los riesgos, hacer una lista de pros y contras, etc. Pero lo peor de todo es tener que lidiar con la duda. Las disyuntivas se producen cuando sabes que tu elección, sea cual sea, te hará perder una cosa y ganar otra. Qué perder y qué ganar, qué conviene más. Pues bien, a veces uno desearía que la vida viniese en paquetes de galletas. Y uno desearía también poder tener la libertad de un niño para tomar una decisión de esa manera tan sencilla y eficaz, sin complicaciones. 

¿Acepto la nueva oferta de trabajo o no? ¿Me mudo o me quedo en donde estoy? ¿Mando todo a la mierda y me arriesgo o me quedo con la estabilidad y la seguridad que tengo ahora? Mmmm, pues pito, pito, gorgorito…

mayo 27, 2020

Cicatriz




Cada cicatriz cuenta su propia historia. 

Cada una se desliza por la piel, marcando su territorio, indicando los límites de su propiedad en la carne que antes no les pertenecía. 

Tendemos a pensar que una cicatriz es algo feo. Que dañan la belleza de un cuerpo, que hablan de dolor, de secuelas, de vergüenza. Supongo que nuestra obsesión por la perfección física es lo que nos hace rechazarlas en un primer momento. 
Claro, bien es cierto que cada cicatriz cuenta una historia que conlleva algo de lo que he mencionado antes: dolor, enfermedad, acontecimientos que se quedan grabados en la dermis, acompañándonos para siempre. Todas ellas dejan una huella indeleble no solo en el cuerpo, sino también en nuestra alma. 

Pero, ayer, observando de cerca esta cicatriz, me quedé impactada. No por cómo se adueñó de esta piel, ni por el pasado que se esconde debajo de ella. Lo que realmente me impresiona no solo de esta, sino de todas esas marcas imborrables que se quedan grabadas en nosotros a fuego (literal o figuradamente), es la imponente delicadeza que pueden transmitir y lo muy infravaloradas que las tenemos. Parecen ser reinas en medio de un rostro, un cuello, un costado, y no pensamos que no nos hablan de fealdad ni de fracaso, sino de todo lo contrario. 

Esta cicatriz demuestra precisamente eso: la sublime belleza y el éxito de un cuerpo que ha sobrevivido a sus propias heridas. El de la foto mismo me lo ha confesado: “A mí me gusta mi cicatriz”. Con esta imagen, es imposible no entender a qué se refiere. Es una de las fotografías más hermosas que he visto, por la luz, los colores, el atractivo del retratado, pero, sobre todo, por el mensaje que hasta entonces no había tenido yo en cuenta: una cicatriz es la prueba más espléndida, más bella, de nuestras victorias.


La foto pertenece a uno de mis fotógrafos preferidos. Su rincón artístico aquí.


mayo 17, 2020

Oasis en miniatura

Esta semana volví. Bueno, no sé si se le puede llamar volver cuando vas a un sitio en el que no has estado. Lo digo porque esas calles familiares del centro ya no son las que solía frecuentar. El mundo, en general, ya no se parece mucho al de antes, a decir verdad. 
Los saludos con codos, las mascarillas, las calles semivacías son ahora parte de esa nueva normalidad que apenas empieza a despegar. 
Pero no quiero escribir sobre la inevitable extrañeza y tristeza de la situación. Si hace unas semanas hablaba de la felicidad de bolsillo, ahora me quiero centrar en los oasis en miniatura. Son pequeños momentos de paz, de olvido, donde el virus no es más que un tema de conversación inevitable, pero no el centro de todo.


Como digo, hace unos días, después de dos meses, volví a reencontrarme con mis amigos más allegados. La sensación de proximidad en carne y hueso, de complicidad, de compartir el lujo en el que se ha convertido la compañía es casi abrumadora, a pesar de que ya la habíamos sentido infinitas veces con anterioridad. Supongo que es cierto eso de que el mundo va a llenarse ahora de primeras veces. Para mí, estas quedadas, estas excursiones desconfinadas son esos nuevos oasis en miniatura que nos sirven para protegernos de la hostilidad del desierto que nos rodea. Una charla, una tarde en la piscina, un paseo son actividades que nos desconectan por un rato de la esclavitud del hidrogel, las mascarillas, el riesgo y el puñetero virus que lo ha cambiado todo. 
Durante esos pequeños intervalos, parece -repito, solo parece- que la realidad se vive como una falsa ilusión, donde el tiempo te hace creer que sus manecillas no se han movido sin piedad a través de una larga cuarentena. 
De entre todas las lecciones que nos quedan, ahora nos toca aprender a disfrutar de los nuevos paraísos con toque de queda, la felicidad de bolsillo y los oasis en miniatura que nos brinda la nueva "normalidad". Quizá asuste un poco pensarlo, pero nuestra capacidad de adaptación es tan asombrosa, que incluso podemos encontrar comodidad en los rincones más insospechados de lo desconocido.

mayo 04, 2020

Bendita hemeroteca

Me parece que no soy la única. Hablando con amigos y familia, estos días las hemerotecas personales están más concurridas que nunca. Recurrimos a los recuerdos antiguos, supuestamente porque nuestra memoria no está fabricando nuevo material. Supongo que es un mecanismo natural llamar a la puerta del pasado, para reencontrarnos con momentos, lugares y personas que llevaban tiempo soterrados bajo el manto del olvido. 
No obstante, estos días de noticias efímeras y de verdades que se convierten en mentiras en un santiamén, me ha dado por buscar en la hemeroteca universal. Dada la situación actual, recurrir a noticias que ya han sido superadas y ver cuáles fueron las consecuencias de las mismas quizá sirva para dar una falsa sensación de control, puede que de esperanza. 
Así que, navegando por un conocido diario digital español, decidí buscar los sucesos más importantes de alguna fecha clave en mi vida. El 16 de marzo de 2003 cambió mi destino y el de mi familia para siempre, ya que aquel fue el día que abandonamos nuestro hogar para comenzar de cero en un nuevo país. Poner pie en aquella tierra prometida marcaría sin duda un hito personal en un período de la historia contemporánea ya de por sí convulso. Entre lo más destacado, me sorprendió recordar a aquellos miles de españoles que salían a las calles a manifestarse en contra de la resolución del gobierno de apoyar la guerra de Irak. Es sobrecogedor pensar que un año después, España sufriría el ataque terrorista más cruento de su historia. Verlo desde este presente irrefutable me dio una extraña sensación de poder, de clarividencia en retrospectiva que sirve para entender el magnetismo devastador que una decisión política puede tener. Saber del mal antes de que pase, ojalá haber tenido la misma suerte entonces. 

Si bien recordar este hecho conlleva un inevitable dolor, también se ha despertado en mí una especie de irracionalidad supersticiosa al comprobar que en esa misma fecha, OJO con lo que viene, la OMS alertaba de una extraña neumonía asiática que ya se había cobrado nueve muertos en distintos países. Leer la noticia es tan contradictorio como tener un flashback en el presente, una premonición escalofriante con vistas al hoy. Los síntomas, las medidas de precaución, la procedencia del virus y el relato en sí mismo te hacen pensar que debe de haber habido un fallo en la matrix de la hemeroteca. 
Por suerte, para nuestros yos del 2003 aquello quedó en un susto, en una anécdota pasajera que posiblemente muchos ni recuerden a día de hoy. Ya se encargaría el destino de escoger otro momento y otro tiempo, jugando como siempre a su antojo con las piezas de nuestra existencia. 
En cualquier caso, revisar la hemeroteca produce sentimientos inesperados. Como digo, es una falsa forma de control, porque lo vemos ahora todo en perspectiva, sabedores de lo que pasaría a continuación. Es una forma de reflexionar sobre lo que fuimos, lo que pudimos ser, de recordar lo que se hizo bien o mal, pero especialmente de comprobar que hemos estado ya otras veces pendiendo de un hilo, viviendo acontecimientos aterradores y tranquilizadores a la vez. Ahora me muero de curiosidad por saber cómo serán las hemerotecas del futuro, cuando lo del coronavirus no sea más que eso: una noticia del pasado.


abril 21, 2020

Felicidad de bolsillo

Estos días recurro a la felicidad en pequeñas dosis. Es una felicidad compacta, que consumo a ratos, cuando la ansiedad no me puede ver.
La felicidad con mayúsculas escasea, junto al papel higiénico, el desinfectante y la harina. Da la impresión de que la hubiésemos usado para las labores que designa cada objeto, incluso. Ahora mismo creo que nadie se puede permitir ese bienestar de lujo, donde el presente y el porvenir nos parecían prometedores y halagüeños, así que estamos todos bebiendo a sorbitos el lado bueno de nuestro confinamiento, que no conviene gastarlo muy rápido.
Es curioso porque siempre he pensado que había algo de mitología romanticona en aquello de los pequeños placeres. Antes de esta situación que estamos viviendo, había una corriente flower power que apostaba por valorar los detalles de la vida. Esos instantes de alegría que debíamos resaltar por encima de todo lo demás. No obstante, me da la sensación de que ahora mis sentidos están realmente dispuestos a saborear lo menudo, lo que antes moría aplastado por el peso de la rutina y la obligación. 
Mientras ahí afuera el cielo amenaza con tormentas, dentro de casa encuentro, a ratos, pequeños oasis de paz. Y no hablo solo de los típicos placeres con minúscula que hoy puedo aprovechar (leer, levantarme más tarde, cocinar, ver series y pelis y demás), sino de una sensación reconfortante e impredecible de tranquilidad relampagueante. 
Como con todo, creo que la felicidad nos está demostrando que es aún más relativa de lo que suponíamos, si cabe. En mi caso, me gusta pensar que ahora acarreo una felicidad de bolsillo, una de esas miniaturas carísimas que prometes cuidar por encima de todo, o como esa vajilla fina que solo utilizas en ocasiones especiales. Así tal cual guardo la mía, solo para los momentos que más la necesite. No vaya a ser.



abril 11, 2020

¿Es verdad esa mentira?

Andaba yo corta de inspiración, inmersa en la procrastinación y la desidia, cuando de pronto apareció Flavita Banana para zarandear este cerebro que también empieza a estar de cuarentena. 
La imagen en concreto es la que utilizo en esta entrada, la cual viene acompañada de un texto maravilloso que podéis leer aquí. Y tanto la caricatura como el pie que la acompaña describen a la perfección lo que estamos sintiendo en estos momentos donde la verdad es tal durante muy poquito tiempo. 

Llevo días recibiendo información de los medios y las redes sociales sobre el virus, las medidas, las consecuencias, pero sobre todo del futuro. La gran pregunta ahora es qué va a pasar en los próximos días. El problema no es que carezcamos de respuestas, sino que lo que nos cuentan de un momento a otro deja de estar actualizado, porque, como bien dice Flavita, los yos del futuro no es que mientan (siempre), sino que dicen una nueva verdad
Y, por extraño que parezca, creo que ahora mismo poseemos una especie de privilegio ya que, por primera vez, somos conscientes de que todo lo que nos están contando puede no ser eterna o enteramente cierto. Sabemos a la perfección que estamos ante una situación sin precedentes, desconocida, y que por tanto la información nos está echando un pulso al verdadero o falso. 

Indudablemente, asusta pensar que, en estos momentos donde la verdad es tan necesaria, se nos haga tan escurridiza y cambiante. No obstante, lo que me aterroriza más aún es pensar que somos conscientes de que nada es del todo cierto únicamente porque la situación así lo requiere. Me explico: ahora mismo es cuestión de vida o muerte informarnos con la verdad, por muy mutable que sea. 
Sin embargo, cuántas veces, antes de esta pandemia, tomábamos como absoluto todo aquello que veíamos y escuchábamos a nuestro alrededor. Pensábamos que nuestra visión única era la verdadera, sin siquiera sospechar que otras futuras verdades vendrían a dinamitar lo que dábamos por sentado. 

En suma, otra de las muchas reflexiones que saco en limpio de todo esto es que deberíamos salir de este asunto si no más sabios, al menos más cautos. Tal vez, a partir de ahora estemos más lúcidos para detectar las mentiras que son verdad, las verdades que son mentira y el hecho de que estar muy informado no implica necesariamente estar bien informado, independientemente del virus que amenace con acabar con todo lo que creíamos saber, entre otras cosas.


marzo 31, 2020

Grandes esperanzas

Una de las más aclamadas novelas de Dickens contaba la historia de Pip, un niño huérfano y pobre que soñaba, por encima de todas las cosas, con convertirse en un notable caballero y estar con el amor de su vida. Aquel libro se llamó Great Expectations en su versión original, mientras que al español se tradujo por Grandes esperanzas
Estos días de ociosidad forzada, en las que una siente que de repente se está más atento a lo que antes se miraba con prisas y falta de tiempo, me doy cuenta de que, quizá, hay cierta imprecisión en llamar esperanzas a las expectativas, o viceversa. Y más en este momento. 

La razón es que las expectativas me parecen sinónimos de ilusiones. Hay en ellas un toque más certero de ganas, de emoción por ver cumplido algún sueño u objetivo. Es indudable que quien está expectante espera, pero con más tensión y curiosidad. No obstante, estar esperanzado denota una posición más cauta, puede que exenta de expectativas, curiosamente. La esperanza reside en la confianza de que algo positivo para nosotros ocurrirá, sin indicios tan fuertes de que así vaya a ser.

Por ejemplo, este 2020 comenzó con grandes expectativas para quienes veíamos nuestro futuro laboral y personal cargado de oportunidades. Todos tomábamos esas 12 uvas cargadas de posibilidades, pensando que este sí que este sería nuestro año. Así, yo “expectaba”, junto con otros miles de personas, progresar, cambiar, mejorar. Otras tantas ansiaban independizarse, cambiar de trabajo, trasladarse a otra ciudad o país, viajar. En fin, las expectativas de todos, en mayor o menor medida, se vieron truncadas por los últimos acontecimientos. 
Y ahora, con la incertidumbre pululando a sus anchas por el mundo adelante, hemos tenido que cambiar nuestras expectativas por esperanzas. No sabemos bien qué soñar a partir de ahora, porque el futuro parece terriblemente incierto, por lo que ahora no tienen sentido las primeras, sino las segundas. Incluso para aquellos que no tenían nada de unas ni de otras.
En suma, estos días recuerdo Grandes esperanzas no porque esté en desacuerdo con la traducción, sino porque creo que aquel niño, Pip, nos demuestra que hay una diferencia vital entre ambas palabras. Su historia está plagada de continuas contrariedades en las que sus deseos se ven mermados a medida que transcurre su existencia. Pero siembre saliendo adelante con el carácter de quien sigue esperando algo mejor. La vida es en sí misma un camino donde las expectativas a veces se cumplen y otras se truncan, y es en este último caso cuando las grandes esperanzas aparecen, normalmente para salvarnos.


marzo 26, 2020

Sobre la tela de una araña

Este sitio está lleno de telarañas y polvo. Hace poco más de un año que no abro esta habitación virtual, y en tan poco tiempo, hay tantas cosas que han cambiado. 

La última vez era mi cuarto de siglo. Mi vida era tranquila, estable y feliz. El futuro se veía al horizonte como un prometedor amanecer que traería sueños cumplidos. 
Y ahora, con un cuarto de siglo, un año y tres meses, al horizonte se lo ha comido una oscuridad que parece tremendamente amenazadora. Mi vida pasó de ser un lugar apacible, ocupado por la rutina, las ganas de estudiar, aprender, trabajar, a un devenir de días inciertos. 

La vida, inoportuna como es ella, de repente nos ha recordado, una vez más, que tenemos esa maldita costumbre de dar todo por sentado. Supongo que no soy la única que se ha quedado anonadada por la rapidez con la que nuestro mundo se ha puesto patas arriba de un momento a otro. Y es que, a todos nos han dado un revés en nuestra arrogancia y estupidez. Porque pensar que un sistema tan complejo e interconectado que se sustentaba en un hilo finísimo iba a perdurar indefinidamente, demuestra precisamente lo arrogantes y estúpidos que estábamos siendo. Éramos como los elefantes que se balanceaban sobre la tela de una araña en aquella canción infantil, viendo hasta dónde podíamos llegar. 

Y ahora que la telaraña nos ha dejado a todos desperdigados a nuestra suerte, toca buscarse la manera única y particular de sobrevivir. Cada quien se salva como puede, y yo, tal vez, escoja las letras para refugiarme por un tiempo de esta lluvia de locura que está cayendo sobre nuestras cabezas. Ohhh, escribir para salvarse, menudo cliché. Bueno, también lo era eso de que no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde, eso de que todo puede cambiar de un plumazo, que todo es posible y nada es seguro, de que había que lavarse bien las manos, y míranos. 



Amigos blogueros, ¿cómo os va? ¿Qué ha sido de vosotros en todo este tiempo?
Os mando un fuerte abrazo virtual.