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junio 19, 2018

Cómo no odiar

Siempre me ha llamado la atención el mecanismo absurdo de la guerra. Funciona de una forma sencilla, al menos en principio. Digamos, para resumir, que dos personas (casi siempre hombres) de pronto se dan cuenta de que tienen ideas distintas sobre un mismo tema. No llegan a un acuerdo, se enfurecen por no poder imponerse, se amenazan y finalmente se odian de forma tan obcecada, que deciden así porque sí que quieren matarse el uno al otro.
Por tanto, analizándolo desde una perspectiva algo simplista, todo conflicto tiene lugar, básicamente, porque dos imbéciles, dos egos desproporcionados con poder, así lo han querido. Y lo más curioso del caso, lo más asombroso, es que en ese ínterin de sangre, dolor, destrucción y muerte, no suelen participar los auténticos protagonistas. Por ellos actúan los soldados, los civiles, las víctimas inocentes que estaban en el lugar equivocado en el momento equivocado.

Izzeldin Abuelaish con su hijo Abdallah

Sin embargo, cuando leo testimonios de esas personas colaterales, me sorprenden dos cosas. La primera, la fe religiosa que, lejos de debilitarse, se incrementa en muchos creyentes a los que les ha tocado tal fatalidad. Afirman que siguen apostando por dios, da igual el nombre que le den, porque confían en que los proteja y que todo forma parte de un destino sagrado que se debe aceptar. Confieso que soy atea con inclinaciones agnósticas y que para mí es difícil asimilar esa fidelidad inquebrantable por un dios que te da la espalda de manera tan brutal e inmisericorde. Pero, quizá, aun dentro de mi incomprensión de lo divino, también soy capaz de entender que la fe religiosa puede funcionar como un antídoto de supervivencia y esperanza cuando todo a tu alrededor se convierte en humo, cenizas, escombros y sangre.

Pero, si hay algo que me impresiona realmente al leer muchas de esas historias de sufrimiento infligido por terceros, es la capacidad que muchos supervivientes tienen para no odiar. Es el caso de Izzeldin Abuelaish, cuyo testimonio I shall not hate he leído recientemente. Este médico palestino relata en primera persona el horror del conflicto de Gaza, un territorio condenado desde hace décadas a la inestabilidad política y a cruentos enfrentamientos que, entre otros muchos horrores, trajeron el asesinato de sus dos hijas y su sobrina.
Abuelaish ha tenido que soportar el cáncer que se llevó a su mujer. Ha tenido que presenciar la muerte de tres niñas, aniquiladas por una bomba en su propia casa. Ha mirado directamente a los fríos ojos del hambre, el miedo, la destrucción y ha visto como mancillaban su felicidad irrevocablemente.  Han arrancado sus raíces de forma permanente y, a pesar de todo, Abuelaish deja claro desde el principio que él no odia. Su mensaje y su lucha solo dejan espacio a la sanación, la recuperación social, la educación, la construcción de puentes en medio de ese negro abismo que separa a palestinos e israelís, y por extensión al resto de territorios.

Echando una honesta mirada al espejo y realizando de nuevo un ejercicio de comparación, yo no sé si podría. No sé si sería capaz de no odiar, de no dejarme llevar por la rabia vengativa a aquellos dos mequetrefes que han arrastrado consigo las vidas de quienes nada tenían que ver con su ignorancia, su maldad y su falta de escrúpulos. Pero ya se sabe que la venganza, la violencia y el desprecio solo se regeneran en una inútil espiral de venganza, violencia y desprecio. Cuando así lo entiendes, cuando tu corazón se libera de esa furia producto de la indignación, descubres que es infinitamente mejor seguir apostando por esa justicia que parece estar tan ausente en nuestro mundo.
Es entonces cuando, con historias como la de I shall not hate, una se da cuenta de que no dejarse llevar por el odio es, en realidad, la auténtica victoria. Porque mientras los dos imbéciles y sus respectivos séquitos se ahogan en un mar de odiosa mierda y lo bombardean, ensucian, destruyen y aniquilan todo, tú te mantienes ahí parado, inmune, fuerte, por encima de sus diminutas mentes, demostrando que has ganado tú, a pesar de todo.


Publicado el 19/6/2018




junio 16, 2018

Verano

Después de la primavera, la sangre ya no se altera. Ahora, en verano, hierve. Hierven también las terrazas abarrotadas de espuma de cerveza y de mar, de risas que se entremezclan con el ruido de una ola, de cielos azules claros que se funden con los oscuros abisales del agua salada, allá en el horizonte. Hierve el solsticio de verano que a partir de ahora quemará tu piel. Hierve el mediodía y la tarde de termómetros en punto álgido, que solo pueden ser atemperados por el anochecer.
Hierve la arena de las playas que, en su intento de abrazar tus pies, los abrasa. Como abrasa también la brisa caliente de una ciudad sin playa, a diferencia de la brisa fresca que sí abraza en un pueblo de mar.
Pero no solo el verano hierve. También calienta, como la emoción de los días más largos y las noches más cortas, como la alegría de las vacaciones y la ilusión por hacer planes, como el entusiasmo de los paseos a la vuelta de la esquina o de los viajes a la otra punta del planeta. Calienta como los corazones tostados al sol.
Y por último, también refresca, como los pantalones cortos o los vestidos sueltos liberados de la tiranía de las chaquetas, como el frescor colorido de la fruta de temporada, como la sed calmada por el agua en la nevera, como esa sombra deseada debajo de un árbol mientras arde todo lo que no esté bajo la hoja.
El verano es la única estación que puede hacer esas tres cosas a la vez.



Publicado el 16/6/2018


junio 04, 2018

La vida es eso que pasa mientras esperas a...

1) que las dichosas actualizaciones de Windows se completen de una vez. Nunca esos cuatro o cinco puntitos girando incesantemente resultaron tan exasperantes, nunca un círculo había provocado tanto odio. 

2) que llegue ese Whatsapp con la respuesta a un flirteo, un guiño, una indirecta, una queja, una nota de un examen. El corazón se vuelve de cemento, duro por los latidos paralizados que esperan con ansias a que la bendita notificación de "un nuevo mensaje" aparezca en la pantalla del smartphone. 


3) que te vengan las musas (esta, para los escritores). La existencia es, pues, ese momento que transcurre entre que te surge por fin una idea, te dejas de excusas, pero no de historias, porque eso es lo que vas a escribir; te sientas, la escribes y la publicas.

4) que el verano se quede de una vez. Ya no solo para los que somos del norte, que hasta el 40 de mayo tenemos que andar con el sayo a cuestas, sino para todo el mundo, que al parecer el cambio climático se va notando con frío donde siempre hacía calor y con despistadas aguas mil pensando que aún es abril.

5) a que llegue el autobús. No hay impaciencia igual a la de quien mira el horizonte de la calle con la esperanza de que ese próximo número sea el que lo lleve por fin a casa. Esperar el bus es especialmente desesperante cuando hace frío, o llueve, o llueve y no tienes paraguas, o cuando las tres son correctas.

6) que la cajera del súper abra por fin otra caja. Los instantes previos a ese "Pasen por aquí por orden, por favor" se eternizan, se alargan, se estiran como un chicle y solo se contrarrestan con la adrenalina de llegar antes que el comprador adversario. 

7) que suene el timbre del recreo (esta, para los niños, los que fueron niños, y reconozcámoslo, también los que fuimos o somos profes). Bendita la campana que nos salva de la lentitud con la que algunas clases completan una vuelta entera al reloj, al que por cierto rogamos y al que agradecemos por cada minuto transcurrido más que a cualquier dios.

8) que te llegue a casa un pedido hecho en internet. Conocerás la sensación sobre todo si no eres Premium y si compras en lugares de perdición como el así denominado Aliexpress, que se toma con calma los precios así como las fechas de entrega.

9) que te atienda el médico. Pero es vedad que el que avisa no es traidor: lo de paciente no fue elegido aleatoriamente, sino para que supiésemos a qué atenernos. 

10) que ese plato que trae el camarero sea, por fin, el tuyo. No más mirar con deseo el postre ajeno. 

La vida es, en suma, eso que te pasa mientras esperas... ¿O eso que esperas mientras te pasa?


Publicado el 4/6/2018