Felicidad de bolsillo
Estos dÃas recurro a la felicidad en pequeñas dosis. Es una felicidad compacta, que consumo a ratos, cuando la ansiedad no me puede ver.
La felicidad con mayúsculas escasea, junto al papel higiénico, el desinfectante y la harina. Da la impresión de que la hubiésemos usado para las labores que designa cada objeto, incluso. Ahora mismo creo que nadie se puede permitir ese bienestar de lujo, donde el presente y el porvenir nos parecÃan prometedores y halagüeños, asà que estamos todos bebiendo a sorbitos el lado bueno de nuestro confinamiento, que no conviene gastarlo muy rápido.
Es curioso porque siempre he pensado que habÃa algo de mitologÃa romanticona en aquello de los pequeños placeres. Antes de esta situación que estamos viviendo, habÃa una corriente flower power que apostaba por valorar los detalles de la vida. Esos instantes de alegrÃa que debÃamos resaltar por encima de todo lo demás. No obstante, me da la sensación de que ahora mis sentidos están realmente dispuestos a saborear lo menudo, lo que antes morÃa aplastado por el peso de la rutina y la obligación.
Mientras ahà afuera el cielo amenaza con tormentas, dentro de casa encuentro, a ratos, pequeños oasis de paz. Y no hablo solo de los tÃpicos placeres con minúscula que hoy puedo aprovechar (leer, levantarme más tarde, cocinar, ver series y pelis y demás), sino de una sensación reconfortante e impredecible de tranquilidad relampagueante.
Como con todo, creo que la felicidad nos está demostrando que es aún más relativa de lo que suponÃamos, si cabe. En mi caso, me gusta pensar que ahora acarreo una felicidad de bolsillo, una de esas miniaturas carÃsimas que prometes cuidar por encima de todo, o como esa vajilla fina que solo utilizas en ocasiones especiales. Asà tal cual guardo la mÃa, solo para los momentos que más la necesite. No vaya a ser.
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