Hoy me gustaría hablar de una de esas desagradables pasiones que sacan lo peor del ser humano.
Por alguna desconocida razón, en la presente sociedad la envidia es un mal de grandísima influencia.
Naturalmente, es un defecto inherente a toda persona; todos hemos sentido en algún momento de nuestra vida este despreciable sentimiento. Sin embargo, las situaciones de alarma se producen no tanto por la experiencia de la envida, sino por la consumación de una mala acción como respuesta. En otras palabras: cuando se siente que un bien ajeno afecta negativamente, cuando se desea algo que posee otra persona pero que no es posible alcanzarlo por cualquiera que sea el motivo y nos invade esa necesidad de destruir, de minar ese bien por no ser nuestro.
Cuando la envida se torna maldad, vaya, debemos tomar esto como un síntoma de gran peligro. Si como única respuesta a lo que les pertenece o les sucede a los demás es el nacimiento de nuestra hostilidad, hay que prepararse para sufrir el consiguiente malestar que surge como consecuencia. Y no solo eso, lo peor ocurrirá cuando ni siquiera un bien que cae en nuestras manos nos llene, puesto que siempre veremos lo ajeno con características mejores. Y la gama de productos "creadores de envidia" es infinita: ropa, dinero, vida social, laboral, amorosa, estudiantil... Todo el éxito cosechado por la otra persona parecerá siempre, en un 99% de los casos, superior o mejor al nuestro. Una perspectiva realmente desoladora.
En muchas ocasiones de la vida (más de las que me gustaría) confieso haber sentido envidia; como ya dije, es una respuesta humana ciertamente normal. Sin embargo, y lejos de querer vanagloriarme, jamás he actuado en contra de nadie por culpa de este tipo de emociones. Es un sentimiento real, conocido, pero bajo ningún concepto me he dejado llevar por él. Al contrario de lo que he recibido de otras personas, incluso amigos, por desgracia.
Tampoco pretendo darme importancia al afirmar que he sido víctima de la envidia y he sufrido sus consecuencias, puesto que es una situación que a todo el mundo le ha pasado alguna vez. Y lo cierto es que, una vez que mi rabia se esfuma, lo único que siento por el individuo envidioso y atacante en cuestión es una profunda sensación de pena y tristeza. No me puedo imaginar el caos interior que se experimenta; una existencia en la que no se alcanza nunca el bienestar.
Este escrito puede llamarse en cierta forma una denuncia, sí, tal vez. Pero mi intención no es hacer cambiar a nadie ni mostrar valores morales, simplemente me sirvo de esto para explicar mi punto de vista, y para realizar una crítica social de los peores aspectos que conforman el género Humano. Aunque sí es verdad que muchas veces no seamos merecedores de tal clasificación.
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