La lectura representa para mí una forma de vida. Como le sucede a mucha gente, mediante la literatura se puede viajar a mundos oníricos, lejanos y cercanos, fríos y soleados. La imaginación se caracteriza por no tener límites, por poder jugar con hechos y palabras según el propio antojo, burlando las leyes de la cotidianidad.
Hace algún tiempo que leí el clásico Cumbres Borrascosas. Se trata de una novela de renombre publicada en el año 1847 por Emily Brontë, época en la que la mujer debía publicar bajo un pseudónimo masculino, puesto que no le estaba permitido escribir obras. Fue el único trabajo artístico que llevó a cabo.
Esta historia suele clasificarse como amorosa, pero es necesario aclarar el matiz que este recurrente tema tiene en la presente obra. El amor, distante de ese ideal de alegría y belleza, se refleja aquí como un elemento de destrucción. La pasión lleva a ambos amantes a un odio ineluctable que marca el curso de sus vidas. Amor y paz parecen ser incapaces de mantener un equilibrio, y hay que decir que esto rebasa la ficción.
Cumbres Borrascosas, por su parte, liga magistralmente el sentimiento amoroso con la muerte en una unión inseparable que forma un todo.
Un clásico que recomiendo sin lugar a dudas. Aquí dejo un fragmento extraordinario de la novela:
"Quizá sea una cosa peculiar mía, pero el caso es que muy pocas veces dejo de sentir una impresión interna de beatitud cuando velo un muerto, salvo si algún afligido allegado suyo me acompaña. Me parece apreciar en la muerte un reposo que ni el infierno ni la tierra son capaces de quebrantar, y me invade la sensación de un futuro eterno y sin sombras. Sí; la Eternidad. Allí donde la vida no tiene límite en su duración, ni el amor en sus transportes, ni la felicidad en su plenitud. Y entonces comprendí el egoísmo que encerraba un amor como el de Linton, que de tan amarga manera lamentaba la liberación de Catherine".
0 comentarios:
Publicar un comentario